Borrarse de la lista, desaparecer de los círculos sociales, aislarse por la razón que sea y volverse casi invisible puede parecer un acto de modestia digno de imitar. El que se va no molesta. El que no se muestra sería entonces una persona humilde y bella en su orgullosa soledad. Pero eso tan elegante puede verse también como un acto de jactancia o, también, una manera de brillar por ausencia. Es cierto que relacionarse con alguien, por mejor que sea, es un acto doloroso. Es cierto que ese alguien puede abandonarnos, decepcionarnos, traicionarnos. Pero aún admitiendo que las cosas son así acaso resulte conveniente dejar de lado el orgullo y entregarse, de todos modos y sin reservas, al universo imprescindible de los otros. Eso, claro, sin exagerar.
L.
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