Leo la interesante historia de Diógenes de Sinope, filósofo griego perteneciente a la escuela cínica. Platón lo consideraba un "Sócrates delirante". El hombre caminaba descalzo en todas las épocas del año. Dormía en los pórticos de los templos envuelto únicamente por una capa y vivía en una especie de gran vasija de barro. Un día vio como un chico tomaba agua con las manos directamente de la fuente. Diógenes dijo que el niño le había enseñado algo importante y tiró a la basura la única jarra que tenía. Cierto día se estaba masturbando en el Ágora a la vista de todo el mundo. Al ser reprendido por ello preguntó cuál era el problema. Ojalá púdiera frotarme el vientre y curarme el hambre de una manera tan fácil, contraatacó. Se dice que Diógenes viajó a Atenas con un esclavo llamado Manes quien poco más tarde lo abandonó. El pensador no se molestó. Si Manes puede vivir sin Diógenes -dijo- ¿por qué Diógenes no podría vivir sin Manes". La anécdota más gloriosa ocurrió en un encuentro casual que tuvo con Alejandro Magno. Este último, interesado en conocer al gran filósofo, le preguntó cuál era su deseo. Por toda respuesta el cínico le pidió si por favor podía correrse. No me deja ver el sol, se limitó a decir ante el asombro del rey. Circula una extraña leyenda sobre la muerte de Diógenes. Al parecer, un poco antes del final, sus últimas palabras fueron típicas de su carácter irredento. Cuando muera échenme encima los perros -dijo-. Ya estoy acostumbrado.
L.
No hay comentarios:
Publicar un comentario