Veo en televisión un programa donde varios personajes de la mal llamada cultura hablan serios, solemnes y muy preocupados acerca del perdido hábito de la lectura entre los jóvenes. Cada uno propone formas creativas de acercar los libros a la gente. Alguien subraya la idea tan difundida de que leer es bueno en sí mismo, como el tomate, eso de que una persona abre un libro y sale más culta, más adaptada, más feliz e inteligente. Soy lector desde chico, algunos libros me acompañan desde siempre, mi cuarto está lleno de ellos, hasta en el piso del baño hay algunos. Pero, voy a decirlo brutalmente, me cago en esos "programas de lectura" instrumentados por gente que jamás ha leído, por ejemplo, un poema de César Vallejo cuyo comienzo resulta desolador. Hoy en Lima llueve / Y no tengo ganas de vivir, corazón. Ese no es un mensaje ni altruista ni positivo. Obviamente no es de César Vallejo que hablaban los panelistas en televisión. Ni siquiera saben quién es Vallejo, el heraldo negro. Ellos hablan de la lectura para quedar bien con el canal, con sus amigos, con el Malba, con los profesores de lengua y con el Centro Borges. Pero el problema no está en que la gente no lea sino en qué cosa lee cuando lee. De este último punto nadie dijo una palabra en el programa. Es más. Parece no interesar en absoluto. Ni uno habló ya no de Vallejo. Tampoco de Cortázar, de Rulfo, de Onetti, de Carver, de Heidegger, de Marx, de Freud, de Faulkner o del maravilloso poeta chileno Jorge Teillier. Y no hablan porque no saben ni quieren saber. Y la situación no cambia con ipads o ebooks. Tampoco regalando libros en escuelas y estadios de fútbol. La lectura de verdad se mete la cama como el amor. Se mete con el alma, generalmente angustia, duele, nos conmueve, nos abre los ojos, a veces hasta nos erotiza o nos desespera. Pero nada de esto importa, ni siquiera un poco, a la gente seria de la mal llamada cultura.
L.
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