Trato de ponerme en el lugar de los jugadores argentinos que anoche hicieron lo que pudieron frente a una gran potencia futbolística y rodeados por una multitud que les pidió milagros inmensos, proezas increíbles, alegría eterna, perfección total. Al Jesús histórico, dos mil años atrás, le pasó algo parecido. Todos lo presionaban. Todos querían recuperar la vista, la casa, la pierna perdida, la potencia sexual y hasta las ganas de vivir. El Jesús histórico se cansó y se fue silbando bajito rumbo al desierto. Los jugadores argentinos no tuvieron esa opción. Al contrario. Debieron complacer a sus seguidores superándose a sí mismos y a riesgo de ser luego vapuleados, criticados, denostados con el mismo fervor con que se los glorificó. Qué difícil es ser Dios. Qué difícil vivir bajo presión y rodeados por millares de seres incompletos, infelices y desesperados que aspiran a compensar tantas carencias insalvables por la acción de once iluminados librados a su suerte en un campo de juego. Pero así es la vida. Y no es menos vida por el 1-0 del final. Ojalá se haga la luz para los pobres de espíritu, esos que dan poco y lo esperan todo.
L.
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