sábado, 12 de julio de 2014

Dioses del fútbol

He visto a jugadores persignarse en el campo de juego. Los he visto de casi todas las nacionalidades arrodillados, unidas las palmas de las manos y la cabeza levemente inclinada hacia el cielo o el infierno. He visto a hinchas argentinos subir hasta el cristo redentor, en Río de Janeiro, prometiendo todo tipo de renuncias a esa altísima y bella estatua de piedra que puede verse desde cualquier punto de la ciudad maravillosa. Quién sabe en qué consistieron esos rezos interiores a cambio de los cuales se pedía un gol de Messi o cualquier otro milagro en ese orden. Acaso suspender alguna infidelidad matrimonial, o dejar de pegarles a los hijos, o vender el auto usado, ese tipo de cosas. He visto rituales caseros en los que realmente se confía, es decir, si prendo la luz del cuarto Argentina le gana a Alemania esta tarde, si la apago también, si no comento nada al respecto mucho mejor, en fin, cábalas absurdas elevadas al rango de creencias imbatibles. Una amiga pone una foto del Diego sobre el televisor. La imagen dará fuerza a los jugadores. Cuando veo esos ritos en parte sonrío y en parte le recuerdo a la gente que la verdad de un partido está en manos, sobre en todo en piernas y pies, de once jugadores. Pero es inútil. No importan ni siquiera las gritantes evidencias. Ya lo dijo Lacan en los setenta. Las religiones triunfarán. Con pena lo dijo. Pero por si acaso se persignó.
L.

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