domingo, 14 de septiembre de 2014

Cien volando

Había entrado un pájaro a mi casa, no, no fue así. Empiezo de vuelta. Dos palomas de la variante torcaza hicieron nido en una maceta larga y llena de plantitas que da hacia una terraza vecina. Supongo que la hembra puso dos huevos pequeños, de forma oval, uno de los cuales, qué pena, no prosperó. El otro sí y de ahí nació un polluelo, no sé si es así como debo llamarlo, que hasta ayer vivía bajo la lluvia posado en una escalera tal vez creyendo que era una rama de verdad. Antes fue amorosamente empollado y alimentado por sus señores padres. No fueron así las cosas. No exactamente así al menos. Lo que cuento no sucedió en mi casa sino en la de Paula. Incorrecto. Fue en la de Andrea que ahora está de viaje por Cundinamarca o Villa de Leiva. Lo que sí es cierto es que ayer salvé la vida del polluelo o como se llame y acto seguido el pájaro se metió en la casa de Andrea o de Paula y al fin apoyó sus pequeñas patas sobre dos bombachas que alguna de las dos mujeres dejó en un extremo de un banco de madera. No fue una escena erótica sino más bien accidental. Siento que esta historia se me va yendo de las manos. Lo cierto es que durante un rato largo estuve persiguiendo al pájaro o polluelo o fruto del aire hasta que salió de la casa, con ostentación de alas, y fue a parar escaleras abajo en el piso número nueve de un edificio que tiene diez. Finalmente pude tomarlo con las manos y llevarlo de nuevo al nido original. Pensé que era lo mejor que podía hacer hasta que Pichon Riviere -Andrea lo bautizó así- decidiera perderse nuevamente en el viento de la desgracia. Anoche el pájaro recién nacido pasó la lluvia y el frío en completa soledad. Se ve que los padres consideraron que ya era grande como para andar cuidándolo y se fueron a copular o derivar en las cercanías. Quién sabe. La situación actual es la siguiente. Acabo de ver en la terraza vecina a uno de los progenitores posado en las baldosas y buscando quién sabe qué en la lejanía. La escena me puso triste porque ya no vi al pájaro recién venido al mundo. No lo vi por ningún lado y eso puede querer decir varias cosas. Una es que murió aterido de frío y desesperación. Otra es que partió rumbo a los bosques originarios de donde nunca debió haber salido. Me puso triste además ver a la torcaza madre o padre sintiéndose inútil, sola, ante la fragilidad de la existencia. La de ella y la de todos. Finalmente pensé una estupidez que voy a utilizar para cerrar esta historia. Más vale cien pájaros volando que un pájaro en la mano. Y eso es todo por hoy, domingo voraz, deshabitado.
L.

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