Hace años hubo en la televisión argentina un programa de tevé llamado así. Feliz domingo. No recuerdo los detalles pero era ese tipo de ciclos interminables destinados a evitar que nos pegáramos un tiro en el día especialmente indicado para hacerlo. El programa era tan engañoso y estúpido que lo único que lograba era que corriéramos a buscar un arma donde fuera. Domingo voraz. Deshabitado. Eso leí en un poema. Nadie sabe qué hacer con éste día. Quizás por eso Dios, que no era ningún tonto, decidió cerrar los ojos y descansar. Algunos lavan el auto con la radio fuerte. Otros van a comer o miran la pantalla brillante del celular buscando novedades. Están los hombres que escuchan fútbol por la radio, los que se concentran en la computadora y los que salen de ronda para cazar mujeres deprimidas. Seguramente van a encontrar. Porque si algo no falta el domingo es gente enferma de melancolía. El auto quedará limpio después del último balde. Los restos del asado irán a la basura. Pero no todos saben qué hacer con la jornada. Acaso nadie les dijo a los creadores del programa que la felicidad nunca hizo feliz a nadie.
L.
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