Y fue entonces cuando se largó a llover como nunca y como siempre en Valparaíso con especial violencia y fría indiferencia en las caletas donde las cuerdas que sujetaban a los botes se partieron y el mar, entonces, el mar así borracho se llenó de pequeñas embarcaciones amarillas de esas que uno ve a menudo en la costa chilena con inscripciones del tipo te amaré por siempre, la virgen me cuida, me doy entero a la diosa, ese tipo de cosas, mientras la lluvia arreciaba en el puerto, yo no he sabido mucho de su historia, hasta que pasaron los días, también el incendio, y se hizo posible subir hasta la Sebastiana y ver por fin, en la terraza de enfrente y aún bajo la lluvia, a la mujer desnuda de la que hablaba, mentía, el poeta antes o mucho antes de la tragedia por todos conocida. Y fue entonces que el mozo de la vieja y ruinosa casa de pescados echó aguardiente con limón y huevo en la copa sucia, y no era espuma de mar en ese caso, no lo era en modo alguno, y se vio la lluvia que al fin borró las escaleras, los recuerdos, el llanto sin alivio, los días olvidados.
L.
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