Casas con tejas de barro. Olor a café y canela. Si llueve, se formarán algunas quebradas inofensivas. Si está despejado, cobrará vida la promesa de un hermoso atardecer. Al oriente, los cerros: el límite natural de una ciudad que suele tragárselo todo. Al occidente, la civilización ruidosa. El norte y el sur cobran sentido sociológico y geográfico en ese punto en el que alguna vez habitaron virreyes y próceres de la independencia. Ahora son los artistas –reales o imaginarios- y los estudiantes los que caminan por sus calles empedradas. También suelen aparecer mujeres con la intención de aprender a fotografiar lo que ya está suspendido en el tiempo. Ese es el origen de esta imagen.
A.
Hermosa foto. hermoso texto.
ResponderEliminarpez.
La Candelaria. Cuando la caminé tuve miedo. Era una noche fría en serio y el asma podía despertar en cualquier momento. Por suerte, los platos rotos los pagué una semana después en Cali.
ResponderEliminarLa enfermedad -tan mía como el color de mi piel- no ahogó esas calles empedradas.
Saludos.
Tan pronto me la presentaron me enamoré de su quebradita trasparentosa y ese olor a polvo húmedo, mezclado con el de las aromáticas que las señoras gordas de delantal rojo ofrecen en las esquinas.
ResponderEliminarSu figura larguirucha que se encumbra fatigosamente como sus calles , que son terribles, más por las mañanas de días laborales. Ése afán de la rutina capitalina me contagiaba. Terminaba corriendo al son de las aplanadoras; ávidas por terminar de reconstruír Transmilenio.
Pero ya desde el jueves a la noche hasta el domingo la alcahueta de borrachos solitarios se vestía de gala, y salía toda emperifollada a recibir sus visitantes. Con un traje largo negro y unos aretes amarillentos abría sus manos tan pronto veía que alguien se acerca. Y lo recibía bien, con chicha de arroz o de maíz en botella dos litros de Coca Cola.
Uno llegaba y el aire se condensaba, el tiempo parecía detenerce y recuperar la juventud. El ambiente de casitas hechas de adobe y esa sensación de blanco y negro me haqcían sentir como un personaje más de las fotografías de la casa de mi abuela.
A eso de las diez empezaba a insatisfacerse el sueño y a gozár la nostalgia; acróbatas y cuenteros aparecían como fantasmas vestidos de estudiantes, y el chorro se hacía río, el aire se empezaba a deslizar por la cabeza; y ahí sí era todo diferente a la mañana. Ahí sí vivía la verdadera Candelaria. Juguetona salía a bailar con las estrellas y, al son de los aplausos y los cantos de los grillos, se quita sus zapatos cuadriculados de asfalto y con los pies descalzos levantaba la mirada y festejaba su existencia. !Y se iniciaba la juerga! !Sí señores!
Carlos...