jueves, 3 de marzo de 2011

Hormigas en la carretera

                         

Fueron unas lindas vacaciones. Habíamos alquilado un lugar cerca de la playa y fuimos construyendo una rutina que nos dio seguridad. Caminábamos hacia el mar todos los días -excepto uno en que llovió- y nos tendíamos juntos en la arena. A veces él se quedaba dormido y yo aprovechaba para mirar otras vidas posibles. Vidas de gaviota, de pez, de coral. El juego terminaba cuando yo empezaba a llenarme de preguntas, me levantaba y corría hacia el agua. Mi batalla contra las olas, contra las sucesivas rompientes del océano, ayudaba a silenciar todo. Cuando salía él ya estaba despierto y me preguntaba qué quería para la cena. Fiambres, pan y vino junto a la carretera. No necesitaba más. Él sonreía, yo me tranquilizaba. Y entonces la complejidad del mundo se reducía a callar, comer y ver comer a las hormigas los restos de mi hastío.
Andrea

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