¿Sabes? Hace un par de años sentí una especie de explosión narrativa. Las palabras fluían automáticamente. Las historias estaban ahí. Pero frené. La rutina fosilizó mi cerebro. Comencé a escribir un diario íntimo para mantener la no-cordura. Y escribía ese tipo de historias que me dices que te gustan. Y las reescribía cada vez que tenía la oportunidad de pulir las palabras. Lamentablemente el diario no lo hice en papel sino en el computador y lo guardé en una memoria USB que se perdió en el viaje a Cartagena. Escribía sobre sexo, sobre amor, sobre odio, la represión, el cansancio, las esperanzas perdidas, la fe que renacía con un gesto. El desengaño. Estuve leyendo un artículo de Truman Capote y en una parte dice que cuando se está enamorado uno ve por si mismo y ve por el otro. A veces pienso que al escribir no lo hago solo para mí. También lo hago para esa persona que aún no ha llegado, que quizás nunca llegue... Porque escribir es, como tú bien lo dices, un acto de fe.
Andrea
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