lunes, 2 de mayo de 2011

La fiesta de la muerte

No sé quién era exactamente Osama Bin Laden. Nadie lo sabe en realidad. No está confirmado que sea él la causa del atentado contra las torres gemelas. Y en caso de haberlo sido debió ser juzgado por un tribunal y no asesinado sin más como tantos otros políticos y presidentes y hasta familiares directos como es el caso del hijo y los nietos de Gadafi. Lo que está pasando en el mundo es muy triste. Al menos para mí. No pretendo que otros piensen igual. Pero no voy a sumarme al festejo de las hienas. El cuerpo de Osama, además, fue arrojado al mar violando expresas tradiciones culturales del mundo islámico. Quién lo dude averigue. Yo lo hice. Por si alguien no lo sabe o no lo quiere saber voy a recordar en qué "tradición" se inspiraron los asesinos de Osama Bin Laden. Fueron primero los militares franceses en la batalla de Argel y luego los argentinos, nuestros héroes, quienes se especializaron en arrojar cuerpos al agua. Alguna vez el mar, que es revolucionario, se quejará de ser usado como un gran cementerio gratuito. Ya lo está haciendo. No celebro la muerte de nadie. Lo siento por los estadounidenses que a estas horas descorchan botellas de champagne. Lo siento de veras por ellos, por sus hijos, por su futuro, por el porvenir del mundo.
L.

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