Según afirma Carl Sagan en el libro Sombras de antepasados olvidados, los salmones de Alaska remontan el poderoso río Columbia, salvan heroicamente cataratas y obstáculos diversos y llegan exhaustos a desovar en un esfuerzo denodado de persistencia. Una vez terminada la tarea los salmones se desmoronan, las escamas se desprenden, sus aletas se despedazan y a las pocas horas caen muertos. La naturaleza no es sentimental y ese final forma parte de los planes. Luego la carne rosada de los valientes salmones irá a parar a los restaurantes donde será consumida con velas y todo en cenas que no siempre acabarán de la mejor manera. Aún así no deja de impresionar esa deslumbrante marcha contra la corriente, el prodigioso acto de desove y ese movimiento giratorio tan parecido a los discos o las ruedas que siguen dando vueltas y más vueltas hasta dejar atrás, por fin y finalmente, la pura mierda de los días.
L.
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