jueves, 28 de febrero de 2013

La ausencia


La ausencia nunca es total, ya que lo digo, ya que lo afirmo. Pero la ausencia siempre es total, digo, repito y me contradigo. Veo huellas en el suelo. Veo algo que no se deja ver. Nadie empuja ya la puerta, nadie sube a la cama de amar y de soñar. Esa es la ausencia que encubro y sufro con estas líneas desaliñadas. No me hago ilusiones. Lo que se ha ido no volverá, ya que lo digo, ya que lo dicen todos. Pero no todo se fue con ella. No todo. A lo sumo eclipsó la parte visible y dejó la invisible. Algunas cosas se alojaron en secretos rincones de la casa. Lo que queda es con lo que empiezas.
L.

No todo fue naufragar


Máquinas dormidas

No sólo el amor se hace a veces mecánicamente, es decir, como si fuera un deporte. También se toman decisiones graves, se escriben libros y hasta se hacen guerras de la misma manera. Ciertos hombres y mujeres actúan con frecuencia como si estuvieran dormidos o sumidos en un estado de sonambulismo. Esta realidad pone en duda, entre otros principios, el que atribuye a "los malos" la culpa de todo. Pero echarle la culpa del desastre del mundo a los malvados es subestimar a los imbéciles, ha dicho con razón Oscar Wilde. Alguna gente se conforma con poder circular por una calle sin cortes molestos, comer bien, ver algún programa de televisión a la noche y dormir tomando pastillas a tal efecto. En general no se espantan cuando ven noticias terribles en los noticieros. Lo máximo que dicen es...qué barbaridad. Y a otra cosa. Se llega así a una cierta mecanicidad de la vida, una ética signada por la hipnosis, una existencia dominada por el imperativo de una atmósfera colectiva asesina y conforme. El ser humano se convierte por fin en una máquina perfecta. Sólo la autoconciencia puede compensar el desatino. Ya se sabe que una máquina que se da cuenta de que es una máquina deja de ser máquina. ¿Para convertirse en qué? En un ser que duda, que aspira a conocer más, que prefiere la incomodidad de saber a la comodidad de ignorar, una especie de hombre nuevo. Habrá que apostar a estos últimos aún desde el escepticismo. Habrá que temer a los imbéciles. Son más peligrosos que "los malos".
L.

miércoles, 27 de febrero de 2013

Pequeño ser



Y un día llegué y empecé a ocuparme de todos los espacios sagrados. Tiré las sábanas viejas y manchadas de tinta. Compré ollas, plantas, ropa, espejos, perfumes. Miré cuidadosamente los álbumes de fotos y empecé a imitar aquellos gestos que sabía que podían enamorarlo. Escuché sus historias todas las noches. Rompí con las costumbres puritanas con las que me había criado. Aprendí a desayunar en la cama, a bañarme con la puerta abierta, a dormir desnuda. Lo que hasta hacía poco había pertenecido a otra mujer lo convertí en algo mío. Los recuerdos. Las bromas. Fuiste testigo de todo eso, pequeño ser. De mi esfuerzo por transformarme, por dejar de ser invisible en una casa poblada de fantasmas. 
Andrea

Amor libre


Si por amor libre entendemos cero compromiso y coger con todos y todas no soy de la partida. Tampoco andar contándose intimidades y fantasías que para eso se llaman intimidades y fantasías. Si por amor libre, en cambio, entendemos un vínculo apenas unido por el amor y el deseo (lo que no implica dejar de lado los necesarios y hasta encantadores bochornos de la vida cotidiana) entonces soy de la partida. El amor debería estar libre de ataduras institucionales, libre de rutinas obligadas, libre de presiones familiares, libre de leyes dictadas por la mal llamada moral. Lo dicho no implica una licencia para hacer y decir cualquier cosa. Al contrario. Creo que el amor verdaderamente libre no está libre de códigos mutuamente establecidos, no está libre de compromisos asumidos, no está libre de la voluntad de compartir un mismo espacio con todo lo que ello implica. Y, lo principal, un amor verdaderamente libre es el establecido por dos personas que su vez son libres como individuos, tienen proyectos propios, no dependen de la pareja para nada y están decididos a afrontar juntos el desasosiego inevitable de vivir.
L.

Límite

La casa


La casa parece vacía pero está llena. Y no de fantasmas sino de huellas reales de pies animales y humanos que la caminaron y habitaron y orinaron hasta superar la frontera del pudor. Eso sin contar las moscas, los mosquitos y las pacientes arañas que tejen en el cielo. Las paredes hablan pero también callan. También hablan y callan los baños que dan al jardín. Ahí se ducharon princesas que ahora son brujas en bosques lejanos o hermosas mujeres que hacen lo que pueden. El comedor, un poco abandonado en estos días, fue escenario de fiestas impresionantes con bailes y besos y tortas. La casa parece vacía pero si se la mira bien no queda espacio sin llenar. Me muevo lento por las galerías inundadas de historias terribles y maravillosas. La casa convertida en catarata. Una multitud me acosa y por momentos me agota. La casa parece vacía pero está muy llena.
L.  

La manada


Me lo habían dicho pero nunca lo creí. Parece que a cierta altura de sus vidas, o de sus muertes, los animales domésticos buscan la huella impresa en el cielo por las manadas salvajes. Cuando por fin la encuentran, me dijeron también, abandonan la vida cómoda que les ofrecen los dueños a sus mascotas para sumarse a las hordas primitivas. De ser cierto lo que dicen y me dicen es posible que también Grusswillis, mi gato, haya dado por fin con su propia y anhelada senda. Con su olor y el olor de los suyos. Habrá encontrado ya no el templo de la paz sino el camino de los tigres, esos que andan acechando por selvas imposibles, los que atacan a la gente, los que se relamen luego de atrapar su presa, los machos que montan por atrás a las hembras de la especie para después echarse a dormir en un claro del desastre. Buen viaje entonces para Grusswillis. Buen regreso a la manada de los dioses que merecen la cima de la Tierra.
L.

Utilidad de la pareja


La pareja es una invención humana sumamente útil. Cuando uno vuelve del trabajo, el mercado o la facultad puede preguntarle al otro, o a la otra, ¿cómo te fue? La misma pregunta puede formularse a la inversa. La pareja sirve también para tener a quién llamar por celular, para la procreación, para salir juntos de vacaciones, para abrazarse a alguien antes de dormir, para ejercer la infidelidad sobre una base concreta o, simplemente, para disfrutar del intercambio de fluidos en actos que si bien no duran mucho habilitan lindos espacios de placer. Pero la utilidad fundamental de la pareja es la posibilidad que ofrece de, en algún momento, separarse. ¿Cómo podríamos alejarnos de una persona sin habernos unido a ella anteriormente?
L.

Yo solo quiero aquel


martes, 26 de febrero de 2013

Lo abierto


Tanto miedo a lo abierto. Tan cómodo el encierro que hasta los grandes espacios generan rechazo. La intemperie parece un castigo. El cuerpo quieto. La calma del gato que observa el plano inclinado de la vida. Tanto miedo a la falta de muebles en la casa. Tantos desiertos en un mar tan desnudo. Así era la tierra cuando todo aún era posible. La mano sin anillos, el amor que se reparte en panes, el encanto de la pura nada. ¿Ya nadie se anima a la inmensidad? No. Nadie se anima. Tanto miedo a lo abierto. Y tan cómodo el encierro que hasta el pájaro libre sale al encuentro de su propia jaula.
L.

Un poco de vida


Un hombre solo en una casa sola es buena frase. Pareciera a veces que somos un discurso y no un cuerpo solo en una casa sola. Hay un hueso desnudo y mudo en algún lado. Hay una mujer y después otra y finalmente una más. Una mujer sola en una casa sola es una buena imagen para un día como hoy. Hay algo en lugar de nada. Un pez, un gato, un camisón. Pero qué hacer con eso. Qué hacer por los pasillos vacíos de una casa sola. Se puede abrir una canilla y cerrarla bruscamente. O llenar un balde con cualquier cosa. O sumirse en un canto inconcluso. La canción de nuestro amor...Otra linda frase. El día que estuvimos en peligro. O aquel en que descubrimos el hielo. Ayer el hielo se derritió en penumbras y dejó una mancha invisible en el pañuelo. Un poco de calma. Un poco de silencio. Un poco de vida.
L.

lunes, 25 de febrero de 2013

Último viaje



Mi gato Grusswillis acaba de morir. Estaba viejo y se extinguía en silencio como la luz de una vela. Anoche ya no me esperó pegado a la puerta como siempre. Supuse que se había refugiado en alguna terraza del barrio. En cualquier momento vuelve, me dije. Pero no. Acabo de ver su cuerpo sin vida en la esquina de mi casa. Estaba tendido sobre un pedazo de alfombra y en posición fetal. Tenía los dos pares de patas encogidos como era habitual en él y su cuerpo pesaba asombrosamente. Hace quince años encontré a Grusswillis cuando todavía no se llamaba así y acababa de nacer en un rincón del Parque Patricios. Lo rescaté un poco antes de que la rueda gigante de un camión lo aplastara. Fue bautizado Grusswillis por mis hijos. El nombre empezó como un chiste y quedó así. Años después me separé de una mujer que, un día de esos, me lo vino a tirar por la cabeza como quien dice agarrá tu gato y desaparecé para siempre. Aquel día Grusswillis pegó un triple salto mortal hacia las terrazas vecinas y volvió tres meses después. ¡Tres meses! A su regreso del más allá lo encontré llorando junto a la puerta de mi cuarto. Lo vi extremadamente delgado y cubierto de cal. Pero ahí estaba de vuelta en casa. Me hubiera gustado saber por dónde anduvo y cómo transcurrió esa increíble y solitaria aventura. Pero los gatos no hablan. Y si lo hacen no aprendí el idioma que usan. Aún me pregunto qué habrá hecho solo y en un tiempo tan largo. Lo demás no viene al caso. ¿Voy a contar acaso que una vez persiguió a una mariposa sin cazarla? ¿Volveré de nuevo con la aburrida historia de una ex novia que me ayudó a salvarlo de una muerte segura? ¿Seguiré contando que Andrea, mi amor de hoy y siempre, hizo lo propio durante la más reciente agonía de Grusswillis? ¿Será que el amor salva? Durante un tiempo me dediqué a inventarle historias extraordinarias que pueden leerse en este blog. En ellas saltaba de techo en techo como Batman, se convertía en un Buda o un sabio, se enamoraba de una siamesa que finalmente lo despreció, hacía terapia con un psicogato de la cuadra, se volvía guevarista por un día o alimentaba fantasías eróticas con Gatúbela. Para qué más. Mi gato ha muerto. Gastó anoche y de manera imprevista la última de sus siete vidas. Y sin saberlo inició un último viaje que también es el mío y el de todos.
L. 

sábado, 23 de febrero de 2013

Cuando


Cuando leo un texto de otro, lo otro, lo que levanta murallas y con razón para defenderse también del oleaje, quiero decir, cuando leo el texto de alguien que me coloca en ese lugar, el del maestro cuya experiencia le permite, o se supone que le permite, hacer modificaciones en un cuerpo textual ajeno, algo parecido al sexo pero diferente, eso de entrar sin permiso en un espacio íntimo que si lleva ese adjetivo por algo es, en fin, eso de rasgar la ropa del otro y mostrarlo de pronto en su desnudez atroz, sin ofrecer salidas para tanta exhibición de venas azules en una piel que debería ser blanca, sí, como una hoja de papel, es entonces que me pregunto hasta dónde avanzar, y quién me otorga ese derecho, y si no habrá llegado la hora de ordenar a las tropas que se retiren por fin del campo de batalla y se ocupen ya no de hacer la guerra sino el amor.
L. 

Sin final


Algo en lugar de nada

Si yo fuera árbol, agua, pez, si no tuviera ideas ni palabras, si solo fuera un ente que no puede pensarse ni hablarse, qué fácil sería todo, sí, demasiado fácil. Si fuera apenas un perro de la playa no tendría angustias, no pensaría en la muerte, no escribiría nombres con el dedo en la arena mojada, ¿o acaso lo haría sin saberlo con mis patas llenas de arena entre los pelos mugrientos? Bastaría pensar en una escena semejante para descubrir el sentido del absurdo. Olería un pescado en estado de putrefacción, ese que dejó abandonado un pescador luego de robarlo al mar con un anzuelo oxidado. Olería eso que para mí sería solamente eso sin siquiera la palabra eso. Entraría de pronto al océano, como lo hacen a veces los perros de la playa, y sentiría el golpe violento de las olas contra la piel de los años. Pero no podría escribir algo como siento el golpe de las olas en el viento o cualquier frase de ese tipo. Escribir no es cosa de perros. Y después de andar la playa bajo diez mil soles y sombras y estrellas, después de montar por atrás a la primera perra que cruzara en mi camino, moriría un día sin la palabra muerte entre los labios y ni siquiera sería capaz de pronunciar la palabra médano, tan hermosa y extraña, el sentido del fin, algo en lugar de la nada que soy y que seremos.
L.

viernes, 22 de febrero de 2013

El amor no elige

Eso que alguna gente llama amar, desear, acariciar, enamorar, termina convertido a veces en una sucesión de confusiones o en una perfecta sociedad anónima donde toman su lugar las instituciones, las elecciones y, con suerte, las eyaculaciones. Ningún amor de verdad se deja meter en esas camisas de fuerza. Y, además, ningún amor se elige. Romeo no eligió a Julieta. Si el amor fuese algo que se organiza, si fuera voluntario, si se eligiera, bueno, también elegiríamos la lluvia, la noche, los sueños, las revoluciones y, por qué no, el destino. El amor no busca ni se busca. El amor sucede.
L.

Invento el mar


Ahí está


Pieza inconclusa

Estábamos demasiado acostumbrados al comienzo, nudo y desenlace, es decir, a la estructura estructurada, a lo perfecto, a lo que tiene final feliz. No tiene tanta fama lo incompleto, la obra inacabada, la pieza inconclusa para piano mecánico. Quizás debiéramos adoptar la estética de lo más o menos, de lo que podría ser mejor, del fragmento. Un amor no es menos amor porque se acabe. Una novela no es menos novela porque tenga un final abierto. Un beso no es menos profundo porque sea interrumpido de pronto por una ambulancia. Para completarnos, entonces, probemos lo incompleto.
L.

Piano mecánico

Movimientos mecánicos

El hombre se ha propuesto regar las plantas del patio. No son muchas. Con ese fin abre la canilla del lavadero externo y espera. El chorro cae en línea recta hacia abajo y el sonido que resulta del choque entre el agua y el fondo estimula en el hombre el deseo de orinar. Lo hace a conciencia y regresa cuando el balde ya desborda. Arroja luego el agua primero en la maceta grande y después en las otras. La tierra seca no da abasto para tragarse tantos litros juntos. Mucha sed es equivalente al hartazgo. Por debajo de la maceta grande asoma y se escurre un afluente lento y caudaloso. El gato de la casa despierta y se detiene a observar con atención el curso de agua. A continuación lame con ganas como si se tratara de leche fría. El hombre observa los movimientos veloces, casi deportivos de la lengua del gato sobre la superficie tensa que avanza. Algo cansado el hombre se deja caer en un banco de madera, se siente morir y de repente muere. Las plantas están más vivas que nunca.
L.

El límite


Llegado cierto límite hay que retirarse, borrarse, desaparecer. Pero sólo cuando se toca esa frontera y no antes. Nunca antes de la hora señalada. Jamás antes. Pero cuando llega y se acaba la música para ceder el espacio a los ruidos de la vida y al silencio de los muertos hay que retirarse. No hacerlo antes de ese punto. Jamás antes del momento indicado, lo que se siente como puntadas en el pecho, con el cuerpo en llamas o helado, con la noche a flor de piel. Hay entonces que alejarse, borrarse, desaparecer. Y dejar de buscar. Y limitarse a tomar distancia del límite, punto de fuga y resurrección.
L.

jueves, 21 de febrero de 2013

Menos es más


Está esa idea boba, pero tan repetida y alabada que dan náuseas, según la cual la vida consiste o consistiría en sumar. ¿Sumar qué? Ni idea. Supongo que serán títulos universitarios, experiencias sexuales y académicas, amigos, mascotas, billetes, autos, casas, ropa nueva y viajes en avión. Es el famoso plan de la acumulación como virtud o meta excluyente. Voy a proponer, para variar en este espacio, todo lo contrario, es decir, la vida y la obra como una restas implacables. Escribir, por dar un ejemplo, es un oficio que se realza mediante la resta, es decir, al dejar atrás el mundo de la apariencia para pasar al mundo de la esencia. Y de ahí en menos. El acto de amar se potencia en el abandono de la retórica, los gestos repetidos, la falsedad elevada a su máxima versión, para conseguir en cambio que los amantes se digan, al menos un día en el año, una verdad por más parcial que sea. Menos fotos, menos papeles inútiles, menos palabras a la hora de los actos, y, en suma, la resta implacable y limpia.
L.

miércoles, 20 de febrero de 2013

Lo único


Todo lo que hay es único, raro, excepcional. Asombra que la gente no se asombre por ejemplo de la lluvia, de un beso bajo la lluvia, de la lluvia bajo una nube de besos, de la noche sin estrellas, del hecho de estar vivos. Todo es increíble. Por ejemplo la lluvia, o un árbol bajo la lluvia, o una lluvia bajo una nube de árboles. El sexo es algo maravilloso y extraño. La fragilidad del amor. El mundo de las oficinas. Los titulares de los diarios. Las sábanas sin manchas. Las mujeres. Los hombres. Los niños. Los viejos. Los sueños nocturnos. Las poluciones nocturnas y hasta las mariposas breves y también nocturnas. La huella digital es única, como la de un pie en la arena, y también lo es este texto sin contexto ni sentido ni nada.
L.

Arte bruto

Si cultura es recordar nombres y obras de científicos, escritores y dignos profesores, si por literatura entendemos el uso de bonitas palabras, si por obra de arte se entiende el embellecimiento de lo monstruoso y la indiferencia ante la injusticia, bueno, que se coman toda la cultura y la belleza de un solo bocado. Prefiero el arte bruto, la cultura sucia, la literatura que se escribe para nadie y para nada y con las peores palabras que se hayan inventado hasta hoy.
L.

Volver a Lisboa


Con ropa interior

El poeta de verdad se siente desnudo en un mundo poblado de gente vestida. El que de veras es poeta nada tiene que ocultar pero todo sigue para él oculto. Al poeta que en serio lo es no le interesa la poesía sino la vida. Está desesperado. No quiere ver a nadie. No desea leer poemas. Al contrario. Desearía prenderle fuego a todos menos a uno cuyo nombre no revela. El poeta de verdad se siente desnudo en un mundo poblado de gente vestida. Usa, como todos, ropa interior. Pero eso tan mínimo y leve lo asfixia y hasta le quita las ganas de seguir vistiéndose como ordena la ley.
L. 

Sin ropa interior


La olió, la escuchó, lamió sus heridas y hasta le dijo querida, un día, como si ella fuera no se sabe quién. La miró a cuatro manos y la regó a cuatro pechos, la vio desnuda en situaciones cotidianas, vulgares, carentes por completo de erotismo, marxismo, feminismo. Olfateó sus junturas, sus pelos del vientre bajo, la ternura, palabra que odiaba, y acabó acabando en ella y sobre la mujer como si fuera domingo de Pascuas, es decir, como si no la conociera en absoluto. Pero así, entre agua viene y agua va, el hombre fue entrando en ella hasta salir, por el otro lado, como dicen que se sale de los agujeros negros, los cadáveres de estrellas, los mundos paralelos y los telos. Y la vio en ropa interior, sin ropa interior, con ropa exterior, mundana, y la escuchó temblar en las mañanas y contarle la historia de Gretel, su perra labradora que ahora cuidan sus abuelos y que alguna vez tuvo un loro vivo adentro de la boca, y luego leyó un texto vibrante para ella cuyo autor no viene al caso porque lo principal es que de tanto andar terminó deslumbrado, y, recién después, pudo amarla para siempre aún sabiendo, los dos, que la palabra siempre es un invento de Dios/no de los hombres. Sólo se ama lo que se conoce.
L.

martes, 19 de febrero de 2013

La inocencia del lector

Se habla mucho del deber de los escritores. Se habla poco del deber de los lectores. Cortázar habló del tema ya en su primera novela (Los premios). Ahí se burla del lector impávido, cómodo, apegado a la rutina. Ese que solamente está interesado en saber lo que pasará al final de la historia, el lector que goza cuando alguien, un autor cualquiera, lo mete de prepo en una novela ya digerida como un puré y, encima, portadora de un mensaje edificante. Cortázar inventó una fórmula que llegó a hacerse popular y es la de lector hembra. Después, influido por la perspectiva de género, se arrepintió y prefirió hablar del lector pasivo. Conviene aclarar, para tranquilidad de las feministas, que la hembra no es pasiva como sí lo somos los hombres en la mayoría de los casos. De todos modos la literatura contemporánea exige, pide, reclama un lector activo, colaborador, potente, inspirado, casi tan creativo como el autor. El lector macho y hembra llena los huecos, extiende las frases, completa a su modo y con sus flujos lo inacabado en la obra. Pero el lector tiene una responsabilidad aún mayor que consiste en cambiar de vida y cambiar la vida. Hacer que sus días rutinarios y chatos estén a la altura del libro en el que se metió inocentemente, casi como un niño.
L.

Mala poesía

De pronto me convertí en un texto de esos que tanto critico en mis talleres de escritura. Una trama llena de repeticiones de ideas y palabras. Un ser carente de silencios y entrelíneas. Un discurso pobre en musicalidad. Soy ahora prosaico, o, peor, un pésimo poeta. No puedo explicar cómo fue el proceso que me llevó a convertirme en una muestra exacta y perfeccionada de lo que más detesto.  No entiendo de qué modo descuidé la forma y cómo a partir de esa equivocación el contenido o como se llame dejó de ser arrastrado por las aguas y la vida. Pero no todo se ha perdido. El mal poeta busca y busca la poesía, una prueba definitiva de que el poema existe.
L. 

lunes, 18 de febrero de 2013

Elogio de la renuncia


Hay un viejo lema que leí por primera vez en italiano. No conozco el idioma pero en fin. Voy a reproducir la frase en una traducción pobre. Renunciad a la tierra y la tierra os será dada por añadidura. La versión es molesta y obviamente anacrónica. Os será dada. Qué horror. Pero la idea es interesante si no se la toma al pie de la letra. Cuando uno renuncia a todo, las pequeñas cosas, o sea, las que valen, se agigantan infinitamente. Y más aún. Cuando se deja de buscar se empieza misteriosamente a encontrar. Si busco amor no lo encuentro. Si escribo para el lector no soy yo el que escribe sino el lector. Renunciad a la literatura y la literatura os será dada por añadidura. Y así con todas y cada una de las cosas de este mundo.  
L.

Dispersión total

Hierve el arroz  del guiso en la sartén que usó mi madre muerta. Hierve alentado con el fuego mínimo pero intenso de la hornalla. De tanto en tanto lo vigilo como para evitar que todo se queme como suele pasarme en días como éste. La televisión fija en la señal de Telesur. Escucho los nombres de Chávez y Correa una y otra vez. También el sonido de una quena larga. Mi gato Grusswillis llora y reclama algo junto a mi pierna izquierda mientras escribo estas líneas sin sentido en este blog absurdo. Las plantas movidas por el viento del mar. Rayuela, la novela tantas veces leída y bebida, espera sobre el escritorio. La abro y leo un fragmento subrayado el año pasado. Dice. Vejó a la Maga, la dobló y la usó como a una adolescente, la conoció y le exigió las servidumbres de la más triste puta, la magnificó a constelación, la tuvo entre los brazos oliendo a sangre, le hizo beber el semen que corre por la boca como el desafío al Logos, le chupó la sombra del vientre y de la grupa y la alzó hasta la cara para untarla de sí misma en esa última operación de conocimiento que sólo un hombre puede dar a la mujer. Etcétera. Mi gato está ahora sentado como un Buda en el pasillo. La televisión sigue hirviendo y el arroz suena a todo volumen. Supongo que a esta altura el guiso se ha quemado en la sartén que usó mi madre muerta.
L.

Un ángel se cansa de ser ángel


La sed de absoluto


La sed de absoluto me deja sin agua. La misma sed de siempre. La belleza intacta de un recuerdo falso sobre cuyas ruinas construyo un altar sin dioses. ¿Qué me diferencia del místico o el suicida? Muy poco. La cosa nunca es la cosa del todo. El amor se quita las medias y se realiza, también, a medias. El beso no puede extenderse al infinito. De pronto las bocas se separan, vuelven a sellarse los labios húmedos, las lenguas dejan de ser protuberancias extensibles. La sed de agua me deja sin absoluto. La plenitud del mar es siempre un poco menos de espuma, una ola más ligera, una mancha de amor en la sábana que no acaba de secarse. La sed de pureza me vuelve impuro, incompleto, seco y vacío como un beso desnudo.
La sed de absoluto me deja sin agua. 
L.

¿Escribir es desnudarse?


Está esa idea erótica de que escribir es desnudarse. Digo erótica porque en parte es así. Del mismo modo que una mujer muestra un hombro desnudo o un bretel, es decir, no muestra todo sino una parte, la literatura actúa de un modo similar con lo no dicho, lo innecesario, lo sugerente. Pero no hay que exagerar. No hay streaptease en el acto de escribir. Más bien al contrario. Uno empieza a escribir desnudo, eso es verdad, pero termina vestido. Ni exhibicionismo ni vómito ni catarsis ni expresión. La literatura bien entendida es, básicamente, producción, pincelada, trama textual.
L. 

domingo, 17 de febrero de 2013

Para subir al cielo


Rayuela, la novela o rayo mortífero y vivificante de Julio Cortázar, sigue golpeando tan fuerte que no hay manera. Y no hay manera porque basta una ligera comparación con la denominada nueva narrativa argentina y demás sellos periodísticos que a la larga resultan inútiles como realismo mágico, romanticismo, o cualquier otro ismo, para entender que la fantasía creadora no se opone a lo real sino que lo potencia.Todo sigue siendo novedad en Rayuela. La Maga sigue siendo más fuerte que Oliveira ya sea por su tranquilo desprecio de los cálculos más elementales y abstractos, ya sea por su desentenderse de las grandes e inútiles discusiones, ya sea por su tendencia a nadar por esos ríos que los académicos apenas conocen por sus nombres. La Maga se desnuda y se mete al agua mientras el resto de los personajes escucha jazz o bebe copas y copas de whisky más por aburrimiento que por transgresión. Qué hermoso si todos pudiéramos volver a ver el mundo por los ojos de La Maga. O entrar en ella bien adentro por caminos invisibles. Seguimos leyendo Rayuela por su erotismo tan puro como el coito entre los caimanes. Pureza. Horrible palabra. Puré y después za. Seguimos leyendo Rayuela, además, porque con ella Cortázar destruyó para siempre la literatura de los narradores que ganan concursos o dan conferencias magistrales. ¿Y para qué sirve el escritor si no para destruir por siempre y para siempre la literatura canónica y consagrada?
L.

No queda más que viento


El primer desnudo


Todo había empezado más o menos bien. Paula estaba parada sin bombacha pero con remera junto al sillón donde yo leía algo sin mucho interés. Le pregunté cuál fue el primer hombre desnudo que había visto en su vida. Mi padre, dijo. La imagen de mi padre en el espejo de un baño. Eso había ocurrido durante un verano en Villa de Leiva, una ciudad colombiana donde suelen hacerse concursos de barriletes o cometas como los llaman allá. La conversación continuó en paz y sin cambiar de eje. ¿Y cuál fue el segundo? Para ese entonces Paula, sentada ya en el suelo, se había puesto un pantalón corto. Yo, interesado en la conversación, había dejado el libro en una mesa. El segundo fue Javier, dijo de pronto. Fue el primer hombre con el que tuve sexo. Conocía esa historia. Javier se había portado con Paula como un torpe atleta y había dejado la televisión prendida en el hotel por horas. Cuando todo terminó el hombre se puso a ver un partido de fútbol. A mí me interesaba saber qué había sentido Paula al ver por primera vez y sin límite alguno el primer desnudo masculino y frontal. Nada, me dijo. No sentí nada. En esos años yo sólo quería experimentar el amor en carne propia. Me había cansado de enterarme de la vida por los libros. ¿Todavía lo recordás?, pregunté como si el tema no importara. Lo recuerdo a veces, deslizó Paula en voz baja. Y fue en ese punto donde empezó la discusión.
L.

Sin filtro

Parece inconcebible pero qué lindo sería hacerlo, al menos, una vez en la vida. Escribir y hablar sin filtros. Decir las cosas como son y en el momento menos indicado. Quedar mal en la reunión de obispos y cardenales. Abordar a una mujer en el metro y decirle todas las barbaridades que dicta el alma sin velos. Escuchar de ella otro sinfín de obscenidades e insultos que nazcan de sus puras ganas de decirlo. Escribir libelos subversivos sin cuidar las formas ni los símbolos. Y poemas. Y cuentos. Y novelas. Y posteos de blog. Hablar y escribir sin filtros como quien fumara nicotina pura. Suena inconcebible pero qué lindo sería hacerlo, al menos, una sola vez en la vida. 
L.

Cuerpos


sábado, 16 de febrero de 2013

Obras impuras

Las obras impuras pero cargadas de esa tremenda fuerza que tiene la impureza fascinan mucho y muchísimo más que las obras puras. Algo así dijo Cortázar en una carta a su amigo Jonquières. Ciertas obras deben su condición superior a la imposibilidad casi total de obtener un resultado. Lo sucio, lo incompleto, lo que no alcanza. Las obras puras pero cargadas de esa tremenda fuerza que tiene la impureza fascinan más que las obras regulares y limpitas. Aplicación de esta idea sencilla a todos los hechos de la vida... Incluso aquellos.
L.

Sostener


Debajo del párpado


Debajo del párpado el ojo sigue abierto. Debajo del cielo. Debajo del mundo y a la sombra que asombra en larguísimas pestañas. Debajo de las cejas y las rejas. El ojo sigue abierto y una vez que vio ya no puede dejar de mirar lo que alguna vez ha visto. De ahí la importancia del debut ocular. De ahí la necesidad imperiosa de espiar con atención aquello que todas las iglesias prohíben. Debajo del tiempo el ojo sigue abierto como una estrella doble. Debajo del cuerpo. Debajo del miedo. El ojo sigue abierto aún en la más baja oscuridad. Ni nada ni nadie podrán cerrarlo nunca y siempre y jamás.
L. 

Corrección de pruebas

Antes de imprimir un libro las editoriales le envían al autor la versión última, editada y corregida, para que haga lo que se llama en la jerga del ambiente la corrección de pruebas. Quizás el proceso tenga otro nombre ahora. Quizás no exista más. En cualquier caso se le daba al creador de una obra la última posibilidad de modificarla, enriquecerla, empobrecerla, darla vuelta del derecho y el revés, perfeccionarla hasta donde eso sea posible. Un trabajo de semejante responsabilidad termina convertido en un examen de conciencia, una autoexploración cuya culminación no será nunca un orgasmo pero sí una versión mejorada y revisada de uno mismo. Sería una especie de reescritura de todo lo vivido y pensado hasta el momento. Todos, en algún momento, deberíamos hacer una corrección de pruebas antes de pegar el gran salto. Y no para ofrecer a los otros la versión definitiva de nosotros ya que algo así no es posible. Pero sí para mostrar al mundo lo que podríamos ser, o lo que de veras somos, cuando los demás pensaban que ya no había cura posible para nadie.
L.

La ducha


Bajan las gotas de la ducha reciente por mi espalda. Bajan también por los azulejos grises. Caen lentas las gotas en el cuarto de baño envuelto por una nube de vapor o cansancio. Quiero decírtelo dulcemente. Hay un eterno infierno amortiguado por la fugacidad del instante. Las gotas se deslizan y desaparecen y se extinguen en el aire como todo. Han tocado el cabello, la espalda, las nalgas, los muslos, el escote multiplicado entre los dedos de los pies. Las gotas han besado redes y paredes. Han muerto ya. Se cierra por fin la canilla del mundo. Se va el vapor y se pierde en un lejano punto del espacio. El cuerpo queda por fin desnudo de ropas y de gotas y de nubes. Quiero decírtelo dulcemente. No entiendo nada de esta vida.
L

viernes, 15 de febrero de 2013

Cartas infieles


Es conocido el pacto de amor libre firmado sin firma por Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir. No convivir bajo un mismo techo. Admitir la infidelidad y contarla hasta en sus menores detalles como señal de confianza. Yo había olvidado ese pacto cuando leí una carta que Sartre le escribió al Castor, como llamaba a la escritora amada, y lo recordé casi como se evoca un balde de agua fría o acaso muy caliente. En una carta escrita en 1938 Sartre le cuenta a su compañera que conoció a una tal Gerassi, una mujer con la cual, dice, "salvo acostarme le hice todo". A continuación especifica que la dama resulto ser una gran amante, deliciosa en la cama, llena de olores y con nalgas "parecidas a gotas de agua". Luego de describir la lengua de Gerassi ("se desenrolla sin parar y le acaricia a uno hasta las amígdalas") el hombre le aclara a Beauvoir que se negó al acto en sí. Y dice algo más. "Sepa que en medio de todas estas vorágines me las arreglo para permanecer eternamente unido a usted", dado que los dos amantes, dicho sea de paso, se trataban de usted. 
L.

Piedras del cielo

Piedras del cielo mojan la madrugada de la ciudad violenta. Fragmentos de meteoritos cayeron sobre una pequeña aldea ubicada en los Montes Urales. Pleno corazón de Rusia. Hubo alrededor de un millar de heridos. Entre ellos familiares de un amigo taxista que vive en Buenos Aires. Es ruso de nacimiento. Pienso en la lluvia de meteoritos que se anuncia para el mundo entero. Cuando caiga, y eso será pronto, caerán también las montañas de oro de los millonarios, los asesinos que se esmeran en eliminar víctimas inocentes, los enamorados que ayer festejaron su día, también los solitarios, las putas, las buenas esposas, los militares, los torturadores y los policías de alma. Caerán todos. Creo que el mensaje es tan evidente y puro que ni hace falta escribirlo. A vivir que se acaba el mundo.
L.

Noticias de La Habana


Desinformado


Hace tiempo que mi gato Grusswillis tomó la  histórica decisión de no leer ni un solo diario más. No mirar ni siquiera de soslayo la televisión. No escuchar la radio. No enterarse, como se dice, de nada. Quizás la decisión tenga que ver con la edad o con el incurable escepticismo de mi gato. Quizás la indiferencia se relacione con una actitud filosófica. Da nada sirvió que le explicara la importancia de saber lo que pasa en este mundo. Le dije que de ese modo podría tomar una posición y expandirla entre los felinos salvajes que pululan en el barrio. Le dije que hay mucha ignorancia en todas partes. Le dije que la información forma parte de la formación, algo que en verdad no creo. Le dije en su idioma que aunque los diarios mientan, porque casi todos los diarios de hoy se limitan a mentir, debía hojearlos así sea por encima. Grusswillis me miró con desprecio y se ocupó en cambio de observar el lento y arrastrado movimiento de una polilla en desgracia. Y luego una araña. Y luego me espió de lejos mientras yo pasaba el secador en un suelo inundado y parecía absorto en medir el circuito inválido del agua empujada con fuerza por la goma. Con una pata intentó mojarse las uñas en el líquido veloz pero enseguida se arrepintió. Grusswillis odia el agua y ahora se jacta en los techos de su tan buscada desinformación. Ni siquiera quiere saber si hay perros en la comarca. Ya ni le interesan las hembras de la especie. Es como si su libido se hubiese desplazado a las pequeñas cosas, a las hormigas sin rumbo, a las hojas secas y arrugadas de las plantas, a las cartas de tinta invisible, a los recuerdos de los días felices cuando amaba a la siamesa ampulosa que un gato marrón, Pochoclo, le robó un día con malas artes. Primero me enojé pero ahora lo entiendo. No hay nada más viejo que un diario del día, admití al fin. Lo hice mientras mi gato lamía sus pelos gastados y grises como si no hubiera nada más importante que hacer en el mundo. Y me senté junto a él, ayer, de noche, para ver cómo se extinguía, casi enferma, la luna en cuarto menguante y sombrío.
L.

jueves, 14 de febrero de 2013

Y entonces dije en voz muy alta

Y entonces dije en voz alta la frase que tanto dolía en silencio. Tengo miedo a que dejes de quererme. Tengo miedo a dejar de quererte. No sentí angustia por el descubrimiento. Sentí tristeza por haber pensado así. Y entonces lloré. Pero entre lágrimas las cosas se fueron aclarando. Pensé que antes, cuando había un antes, nuestro vinculo era pleno, o, para decirlo de otro modo, lleno y profundo como un lago de montaña. Con el paso del tiempo el espacio se ha ido vaciando. Y entonces tuve miedo del agua que corre y el abismo que se agranda. Me he dado cuenta luego de que bajo ese lago hay una ciudad oculta, compleja, vital. Y es justamente ahí, en esa ciudad sumergida, donde quiero vivir contigo para siempre.
Andrea

Una vida incesante


Un blog incesante

Se me critica y con razón que escribo mucho en este blog. Hay días donde se publican acá hasta cinco o seis entradas distintas. Y además la música y las fotos y la desesperación que lleva a hacer de este lugar un resumidero de palabras atragantadas que piden salir, no se sabe de dónde, y volar libremente como gaviotas en peligro sobre un océano mareado. Se me critica la retórica, la tendencia oscura, el desvío constante, la provocación como estilo y sistema de supervivencia. Y es así. Escribo como si quisiera despertar al que duerme, inquietar a la mujer que eligió una vida cómoda, alterar el vuelo de las mariposas, jactarme de no sé qué en un mundo donde todos vamos a morir tarde o temprano. Es quizás esa conciencia la que me empuja a escribir sin rumbo, sin historia, sin finales perfectos y con desarrollos fragmentarios y sucios. Se me critican las fotos de gente desnuda, las repeticiones de ideas y músicas, la maldición de un continente. Se me critica no contar lo que me pasa, armar textos en sí mismos donde no se desliza la menor confesión, ninguna intimidad, ningún trapito al sol, ningún diario íntimo en este espacio público. No voy a defenderme de las críticas. Voy, apenas, a seguir escribiendo como si no tuviera nada más que hacer en la vida.
L.

Pantallas


Hubo un tiempo que fue hermoso donde existían personas que se miraban a los ojos, hombres y mujeres que observaban los bosques, el mar, los cuerpos tendidos en la playa desierta y ventosa. Hubo un tiempo que fue hermoso donde había personas reales. Pero ya todo aquello terminó. La gente real se volvió irreal, se volvió foto digital, mensaje de texto, holograma. Hoy la gente mira pantallas. En el transporte público, en la calle, en el hotel por horas, en la oficina, en el cine, en la facultad. Sólo pantallas de distintos brillos, sonidos y tamaños. Grandes, medianas, mínimas. Es inútil observar a una mujer hermosa en el metro esperando que alce de pronto la cabeza y nos vea y nos ame con desesperación. El acto de mirarse y desnudarse con los ojos fue suspendido para siempre. Parece que algo muy importante sucede en las pantallas, en los cables negros, en los auriculares que aíslan a la humanidad de sí misma. Algo invisible ocupa todos los espacios y el máximo interés de los seres ya disueltos. Ni cuerpo, ni aliento, ni olor, ni siquiera una única gota de sudor. Ya todo aquello pasó. Pantallas luminosas. Sólo pantallas.
L.

De niño te conocí


Elogio de la discontinuidad

A veces lo que venía de antes debe terminar. Pero terminar en todo sentido. De una vez y para siempre. No a medias. No a manera de postergación con vistas a retomar más adelante. No como un arreglo de partes. Hay, a veces, que animarse a la interrupción, al corte, al salto sin red por encima del abismo. A veces la continuidad se convierte en rutina improductiva. Uno mantiene porque sí eso que ya no le da nada o le da poco. A veces sostenemos puentes destruidos y lo hacemos por comodidad. Pero esa actitud tiene un costo. Vivir es desviarse, decía Kafka. Pero desviarse a tal punto que ya no sepamos siquiera de qué o de quién nos estamos desviando.
L.

Elogio de la continuidad


Me dice una amiga que la persistencia en los trabajos, en los amores o los estudios no es una de sus virtudes más características. Qué lástima, pensé. Una verdadera lástima. Cuánta gente dotada de todo tipo de talentos y ocurrencias felices se queda dando vueltas a la manera de los remolinos de agua, esos que chupan y llevan hacia abajo. ¿Por qué? Por la simple imposibilidad de sostener eso poco o mucho que encaran. Continuidad en el ocio, continuidad en los vínculos, continuidad en sí misma. El peligro mayor proviene de la fragmentación, la interrupción y la inconstancia. Vivir es desviarse, decía Kafka. Y tenía razón. Pero para desviarse hace falta un camino desde el cual se pueda alentar el desvío. Fidelidad al camino. Continuidad.
L.

miércoles, 13 de febrero de 2013

Día de los enamorados


Los enamorados no saben de estrategias. Saben menos aún de días de enamorados, de flores, de frases hechas, de momentos mágicos, de regalos. Los enamorados se colocan por afuera del tiempo y el espacio. Ni siquiera les importa demasiado el objeto de su amor. Los enamorados, como narcisos, miran desvanecerse su imagen en el agua. Tiemblan como el río y se dejan llevar por la corriente hasta el amor, la primera estación donde bajan y suben los enamorados.
L. 

Tokio Blues

No hacía falta ir tan lejos para estar acá. Siete de la tarde. Colectivo 132. A los extranjeros les explico que se trata de un transporte público sobre ruedas bastante aburguesado. Algunas formaciones parecen trenes y varias de ellas están dotadas de aire acondicionado. Punto. Hay como diez mil pasajeros en el 132. Voy hasta el fondo empujando fuerte y me detengo ahí donde no puedo más avanzar. Me distraigo viendo escotes. Hay muchos y profundos. La pregunta eterna. ¿Lleva corpiño? ¿No lo lleva? Trato de adivinar pezones como si yo mismo no los tuviera. Todo es una gran estupidez. Junto a mí una chica lee Tokio Blues, de Murakami. Intenta contarle la historia a un joven que la acompaña pero lo hace de manera desordenada. Yo me disperso entre escotes y caderas. Se acomoda una mujer de anteojos en el asiento contiguo. Tiene una bolsa de dormir entre sus manos. Su novio quedó de pie y lleva un libro cuya bajada dice algo tipo "la voluntad de entenderlo todo". Vos podrías tener ese título, le dice al novio. El joven, tan alto que podría ser jugador de baloncesto, ríe y lee. Deduzco que el muchacho tiene la voluntad de entenderlo todo. Yo también. Quiero saber mucho pero en vez de eso miro escotes, pregunto la hora, quiero bajarme ya de esta cocina ardiente. Cuando lo hago el colectivo 132 está semivacío. Miro por la ventana. Hay japoneses y japonesas afuera. Llegué a Tokio Blues.
L.

Foto familiar


Elogio de la terapia

No está de moda el psicoanálisis. La terapia en general es tan mal mirada como la palabra diván. Sin pensarlo mucho se dice que si uno tiene un tema difícil es mejor hablarlo con un amigo del club o con una amiga en un café. Yo no estoy loco, argumenta alguno. Yo me curo solo, resume otro. O viajo. O me anoto en un taller literario. Cualquier cosa está bien con tal de no caer en la "trampa" analítica y gastar, encima, un dineral. No lo veo así. El espacio terapéutico es eso. Un espacio vacío que cada cual puede llenar con lo que quiera. Ahí el paciente puede decir lo que se le da la gana sin miedo a ser castigado. No hay dioses en el consultorio. Apenas un buen analista, esto es fundamental, capaz de escuchar con atención flotante y ayudarnos a meditar la vida que es compleja, rara, intraducible si no frenamos la loca carrera al menos por media hora o cincuenta minutos. Vivir es difícil para todos. Buscar una ayuda -lo que no es igual a encontrar un bastón o una adicción nueva- no tiene nada de malo, al contrario, todo de bueno. Una terapia virtuosa brinda apenas herramientas para manejarse mejor en una selva llena de peligros. ¿Por qué negarnos a esa ayuda tan urgente y necesaria?
L.

Reglas generales

Hay reglas naturales que por lo general se cumplen. Las aguas vuelven a sus cauces. Las aguas siempre vuelven a salirse de sus cauces. No hay mucho que se pueda hacer para impedir tal o cual movimiento. El mundo gira, las parejas copulan al igual que los escarabajos y las ranas. Ocurren extrañas tragedias mientras el baile de graduación se lleva a cabo con mucho éxito en el salón que se incendiará. Hay gente que corre en las mañanas. Hay gente que escribe libros. Hay gente que se masturba leyendo relatos eróticos. Nada hace a nadie mejor que otro. Algunos torturan y matan a inocentes. Otros curan a culpables. Los últimos prefieren mantenerse distantes de ambas actitudes. Toda vida obliga a definir una actitud. Más allá de eso hay reglas que habitualmente se cumplen. Las aguas vuelven a sus cauces. Las aguas vuelven a salirse de sus cauces.
L.

martes, 12 de febrero de 2013


Las flores del mal

Los muertos no pueden defenderse de los insufribles biógrafos que llegan después. Veamos si no el caso de Charles Baudelaire (1821-1867), ilustre entre los ilustres y desconocido entre los desconocidos. El autor de Las flores del mal, el fundador de la poesía moderna, padeció, al día siguiente de su muerte, las acusaciones más descabelladas. De pronto fue mujeriego, pornógrafo, libertino y mucho más. Ya es tiempo de poner las cosas en su sitio. El poeta vivió catorce años con la misma mujer, la célebre venus negra de la leyenda que ni siquiera era negra sino morena y clara. Y cuando esta mujer notable por su belleza física enfermó y envejeció prematuramente, Baudelaire siguió ocupándose de ella hasta el último instante. Podría añadirse que al margen de la larga convivencia con venus, llamada en rigor Juana Duval, más un amor platónico, es decir, sin sexo, con una señora tímida y enamoradiza llamada Sabatier, no existieron más episodios importantes en la vida sentimental del poeta. A estos dos casos se reduce el terrible libertinaje que todavía hace estremecer de horror o entusiasmo a los biógrafos. Como decía o diría Shakespeare..."un solo grano de impureza hará de su noble sustancia motivo de escándalo".
L.

¿No oyes?

Ahogarse en la vida

El escritor debe ahogarse en la vida misma. En la violencia, en el vicio, en la acción. Lo único que al escritor no le está permitido es presentarse a concursos literarios, pedir plata a las fundaciones, quedarse a mitad de camino. Si el escritor no está dispuesto a morir de hambre será mejor que cambie de oficio. La verdad del escritor no coincide con la verdad de quienes reparten el oro. La palabra de la verdad no se escribe con oro sino con sangre, con semen, con flujo, con mierda de moribundo, con leche de mujer o con lágrimas. Nada importa nada fuera de la verdad de cada cual. El escritor resiste la reputación, los amigos, la familia y demás confortables atajos de eso que llaman vida. Al escritor nada, ni siquiera la literatura, le importa. No hay escritor más comprometido que aquel que se compromete consigo mismo. La fidelidad a los demás es ceder en la escritura propia y dejar al lector que escriba lo que quiera. Ni el resultado de su obra debería importarle al escritor digno de ese calificativo. La literatura no es broma. Es, apenas, una actitud. El escritor no tiene esperanzas. El escritor rechaza la anestesia. Es muy grave confundir esperanza y anestesia. Eso es todo por ahora.
L.

Decir la verdad

¿Por qué se finge tanto en la vida y las conversaciones? Digo. ¿Por qué se miente tanto del derecho y del revés? No nos engañemos. Todos lo hacemos. En el trabajo, en la cama, en el café. ¿Todo bien? Sí. Todo bien. ¿Te hizo lindo tiempo en las vacaciones? Sí, muy lindo. Sol todos los días. ¿Me querés? Claro que te quiero. Y no sólo te quiero. También te amo. ¿Vas a quererme siempre? Claro. Siempre voy a amarte. No. Yo dije quererme. Y todo así. Las máscaras sonríen en el baile. Eso que llaman la conversación termina convirtiéndose en una comedia perfecta. Los actores saben que están memorizando una letra ya aprendida. Y dicen no lo que sienten de verdad sino lo que se debe sentir para estar en armonía con un mundo construido sobre una piedra movediza y falsa. ¿Cuándo llega el tiempo de la verdad? No digo toda la verdad sino al menos una parte. Un pedacito de verdad. La mitad de una certeza provisoria. No sólo mostrar el hombro desnudo. También los huesitos que lo sostienen. 
L.

lunes, 11 de febrero de 2013


Pornografía espiritual

El 10 de junio de 1904, paseando por una calle opaca y olvidada de Dublín, el escritor James Joyce conoció a Nora Barnacle, una joven alta y de cabellos cobrizos de la cual se enamoró inmediatamente. Caminaron juntos hasta el Finn's Hotel donde ella trabajaba como mucama y antes de despedirse concertaron una cita. Volvieron a encontrarse una semana después muy cerca del hotel. Joyce pudo comprobar que la muchacha alta y de pelo cobrizo no sabía nada de arte ni de literatura. Las cartas que la joven empezó a recibir fueron el único contacto artístico de Nora, tratada por el autor de Ulyses como un objeto sagrado y pagano de deseo prohibido. La dama elegida no le temía al lenguaje sucio y eso encantó al escritor. "Podría pasarme todo el día acostado masturbándome en la contemplación de las divinas palabras que escribiste", le dijo una vez. Eso estimuló a Nora y también a un Joyce cansado del ambiente culturoso e hipócrita que solía frecuentar. Las cartas que intercambiaron superan todo lo imaginable en la prosa mal llamada pornográfica. "En un instante te veo como a una virgen y al instante siguiente te veo desvergonzada, audaz, insolente, desnuda y obscena", le escribió. Joyce trató de degradar y pervertir a una Nora que no necesitaba esos favores. Ella tenía más calle y experiencia que el refinadísimo autor y pudo ofrecerle no sólo su alma bella sino las partes de su cuerpo que, en la lengua deslenguada de Joyce, aguardaban su ingreso como un tesoro oscuro y siempre tentador.
L.

Algo está pasando

Palabras caídas


El jueves olvidé la palabra corteza. Queriendo recuperarla me acerqué a un árbol de la calle, toqué la superficie rugosa y atravesada por lechos vacíos, esa piel áspera donde los amantes inscriben sus nombres unidos. Pero fue inútil. Nada hay en la cosa de aquello que la nombra. Entré a Internet, puse algo así como "partes de un árbol" y por fin la encontré. Anoche olvidé las palabras Peter Handke, nombre del guionista de Las alas del deseo. Me salvó Paula con su blackberry. Una amiga llamó ayer porque no podía recordar el nombre de una película japonesa. Otra vez Paula solucionó el problema. El secreto del bosque, se llama. Y así todos los días. Albert Camus, ovarios, el extranjero, alacena, guanábana -fruta exótica de Colombia- nombres de escritores y futbolistas, hechos políticos, fechas y aniversarios que no deberían olvidarse. ¿Cuándo conocí a Paula? ¿A qué hora exactamente acaricié sus pechos por primera vez? ¿Cuándo fuimos a caminar de la mano por la zona de Puerto Madero? Ella, cansada con razón de mi amnesia, también recupera ese dato para mí. Todo ocurrió el 17 de marzo de 2009. Seguramente volveré a olvidar el aniversario. Pero no el beso en el anfiteatro. No la mano de ella entrando por la parte de atrás de mi pantalón, no el regreso a su departamento, algo que empezó así cuatro años atrás. Quién sabe. Caen las palabras. Caen las hojas. Queda el tronco erguido, las ramas desnudas y la sombra proyectada para siempre en la pared.
L.