miércoles, 27 de febrero de 2013
La manada
Me lo habían dicho pero nunca lo creí. Parece que a cierta altura de sus vidas, o de sus muertes, los animales domésticos buscan la huella impresa en el cielo por las manadas salvajes. Cuando por fin la encuentran, me dijeron también, abandonan la vida cómoda que les ofrecen los dueños a sus mascotas para sumarse a las hordas primitivas. De ser cierto lo que dicen y me dicen es posible que también Grusswillis, mi gato, haya dado por fin con su propia y anhelada senda. Con su olor y el olor de los suyos. Habrá encontrado ya no el templo de la paz sino el camino de los tigres, esos que andan acechando por selvas imposibles, los que atacan a la gente, los que se relamen luego de atrapar su presa, los machos que montan por atrás a las hembras de la especie para después echarse a dormir en un claro del desastre. Buen viaje entonces para Grusswillis. Buen regreso a la manada de los dioses que merecen la cima de la Tierra.
L.
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