El escritor debe ahogarse en la vida misma. En la violencia, en el vicio, en la acción. Lo único que al escritor no le está permitido es presentarse a concursos literarios, pedir plata a las fundaciones, quedarse a mitad de camino. Si el escritor no está dispuesto a morir de hambre será mejor que cambie de oficio. La verdad del escritor no coincide con la verdad de quienes reparten el oro. La palabra de la verdad no se escribe con oro sino con sangre, con semen, con flujo, con mierda de moribundo, con leche de mujer o con lágrimas. Nada importa nada fuera de la verdad de cada cual. El escritor resiste la reputación, los amigos, la familia y demás confortables atajos de eso que llaman vida. Al escritor nada, ni siquiera la literatura, le importa. No hay escritor más comprometido que aquel que se compromete consigo mismo. La fidelidad a los demás es ceder en la escritura propia y dejar al lector que escriba lo que quiera. Ni el resultado de su obra debería importarle al escritor digno de ese calificativo. La literatura no es broma. Es, apenas, una actitud. El escritor no tiene esperanzas. El escritor rechaza la anestesia. Es muy grave confundir esperanza y anestesia. Eso es todo por ahora.
L.
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