lunes, 18 de febrero de 2013

Dispersión total

Hierve el arroz  del guiso en la sartén que usó mi madre muerta. Hierve alentado con el fuego mínimo pero intenso de la hornalla. De tanto en tanto lo vigilo como para evitar que todo se queme como suele pasarme en días como éste. La televisión fija en la señal de Telesur. Escucho los nombres de Chávez y Correa una y otra vez. También el sonido de una quena larga. Mi gato Grusswillis llora y reclama algo junto a mi pierna izquierda mientras escribo estas líneas sin sentido en este blog absurdo. Las plantas movidas por el viento del mar. Rayuela, la novela tantas veces leída y bebida, espera sobre el escritorio. La abro y leo un fragmento subrayado el año pasado. Dice. Vejó a la Maga, la dobló y la usó como a una adolescente, la conoció y le exigió las servidumbres de la más triste puta, la magnificó a constelación, la tuvo entre los brazos oliendo a sangre, le hizo beber el semen que corre por la boca como el desafío al Logos, le chupó la sombra del vientre y de la grupa y la alzó hasta la cara para untarla de sí misma en esa última operación de conocimiento que sólo un hombre puede dar a la mujer. Etcétera. Mi gato está ahora sentado como un Buda en el pasillo. La televisión sigue hirviendo y el arroz suena a todo volumen. Supongo que a esta altura el guiso se ha quemado en la sartén que usó mi madre muerta.
L.

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