lunes, 11 de febrero de 2013

Pornografía espiritual

El 10 de junio de 1904, paseando por una calle opaca y olvidada de Dublín, el escritor James Joyce conoció a Nora Barnacle, una joven alta y de cabellos cobrizos de la cual se enamoró inmediatamente. Caminaron juntos hasta el Finn's Hotel donde ella trabajaba como mucama y antes de despedirse concertaron una cita. Volvieron a encontrarse una semana después muy cerca del hotel. Joyce pudo comprobar que la muchacha alta y de pelo cobrizo no sabía nada de arte ni de literatura. Las cartas que la joven empezó a recibir fueron el único contacto artístico de Nora, tratada por el autor de Ulyses como un objeto sagrado y pagano de deseo prohibido. La dama elegida no le temía al lenguaje sucio y eso encantó al escritor. "Podría pasarme todo el día acostado masturbándome en la contemplación de las divinas palabras que escribiste", le dijo una vez. Eso estimuló a Nora y también a un Joyce cansado del ambiente culturoso e hipócrita que solía frecuentar. Las cartas que intercambiaron superan todo lo imaginable en la prosa mal llamada pornográfica. "En un instante te veo como a una virgen y al instante siguiente te veo desvergonzada, audaz, insolente, desnuda y obscena", le escribió. Joyce trató de degradar y pervertir a una Nora que no necesitaba esos favores. Ella tenía más calle y experiencia que el refinadísimo autor y pudo ofrecerle no sólo su alma bella sino las partes de su cuerpo que, en la lengua deslenguada de Joyce, aguardaban su ingreso como un tesoro oscuro y siempre tentador.
L.

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