viernes, 15 de febrero de 2013

Desinformado


Hace tiempo que mi gato Grusswillis tomó la  histórica decisión de no leer ni un solo diario más. No mirar ni siquiera de soslayo la televisión. No escuchar la radio. No enterarse, como se dice, de nada. Quizás la decisión tenga que ver con la edad o con el incurable escepticismo de mi gato. Quizás la indiferencia se relacione con una actitud filosófica. Da nada sirvió que le explicara la importancia de saber lo que pasa en este mundo. Le dije que de ese modo podría tomar una posición y expandirla entre los felinos salvajes que pululan en el barrio. Le dije que hay mucha ignorancia en todas partes. Le dije que la información forma parte de la formación, algo que en verdad no creo. Le dije en su idioma que aunque los diarios mientan, porque casi todos los diarios de hoy se limitan a mentir, debía hojearlos así sea por encima. Grusswillis me miró con desprecio y se ocupó en cambio de observar el lento y arrastrado movimiento de una polilla en desgracia. Y luego una araña. Y luego me espió de lejos mientras yo pasaba el secador en un suelo inundado y parecía absorto en medir el circuito inválido del agua empujada con fuerza por la goma. Con una pata intentó mojarse las uñas en el líquido veloz pero enseguida se arrepintió. Grusswillis odia el agua y ahora se jacta en los techos de su tan buscada desinformación. Ni siquiera quiere saber si hay perros en la comarca. Ya ni le interesan las hembras de la especie. Es como si su libido se hubiese desplazado a las pequeñas cosas, a las hormigas sin rumbo, a las hojas secas y arrugadas de las plantas, a las cartas de tinta invisible, a los recuerdos de los días felices cuando amaba a la siamesa ampulosa que un gato marrón, Pochoclo, le robó un día con malas artes. Primero me enojé pero ahora lo entiendo. No hay nada más viejo que un diario del día, admití al fin. Lo hice mientras mi gato lamía sus pelos gastados y grises como si no hubiera nada más importante que hacer en el mundo. Y me senté junto a él, ayer, de noche, para ver cómo se extinguía, casi enferma, la luna en cuarto menguante y sombrío.
L.

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