No sólo el amor se hace a veces mecánicamente, es decir, como si fuera un deporte. También se toman decisiones graves, se escriben libros y hasta se hacen guerras de la misma manera. Ciertos hombres y mujeres actúan con frecuencia como si estuvieran dormidos o sumidos en un estado de sonambulismo. Esta realidad pone en duda, entre otros principios, el que atribuye a "los malos" la culpa de todo. Pero echarle la culpa del desastre del mundo a los malvados es subestimar a los imbéciles, ha dicho con razón Oscar Wilde. Alguna gente se conforma con poder circular por una calle sin cortes molestos, comer bien, ver algún programa de televisión a la noche y dormir tomando pastillas a tal efecto. En general no se espantan cuando ven noticias terribles en los noticieros. Lo máximo que dicen es...qué barbaridad. Y a otra cosa. Se llega así a una cierta mecanicidad de la vida, una ética signada por la hipnosis, una existencia dominada por el imperativo de una atmósfera colectiva asesina y conforme. El ser humano se convierte por fin en una máquina perfecta. Sólo la autoconciencia puede compensar el desatino. Ya se sabe que una máquina que se da cuenta de que es una máquina deja de ser máquina. ¿Para convertirse en qué? En un ser que duda, que aspira a conocer más, que prefiere la incomodidad de saber a la comodidad de ignorar, una especie de hombre nuevo. Habrá que apostar a estos últimos aún desde el escepticismo. Habrá que temer a los imbéciles. Son más peligrosos que "los malos".
L.
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