lunes, 25 de febrero de 2013

Último viaje



Mi gato Grusswillis acaba de morir. Estaba viejo y se extinguía en silencio como la luz de una vela. Anoche ya no me esperó pegado a la puerta como siempre. Supuse que se había refugiado en alguna terraza del barrio. En cualquier momento vuelve, me dije. Pero no. Acabo de ver su cuerpo sin vida en la esquina de mi casa. Estaba tendido sobre un pedazo de alfombra y en posición fetal. Tenía los dos pares de patas encogidos como era habitual en él y su cuerpo pesaba asombrosamente. Hace quince años encontré a Grusswillis cuando todavía no se llamaba así y acababa de nacer en un rincón del Parque Patricios. Lo rescaté un poco antes de que la rueda gigante de un camión lo aplastara. Fue bautizado Grusswillis por mis hijos. El nombre empezó como un chiste y quedó así. Años después me separé de una mujer que, un día de esos, me lo vino a tirar por la cabeza como quien dice agarrá tu gato y desaparecé para siempre. Aquel día Grusswillis pegó un triple salto mortal hacia las terrazas vecinas y volvió tres meses después. ¡Tres meses! A su regreso del más allá lo encontré llorando junto a la puerta de mi cuarto. Lo vi extremadamente delgado y cubierto de cal. Pero ahí estaba de vuelta en casa. Me hubiera gustado saber por dónde anduvo y cómo transcurrió esa increíble y solitaria aventura. Pero los gatos no hablan. Y si lo hacen no aprendí el idioma que usan. Aún me pregunto qué habrá hecho solo y en un tiempo tan largo. Lo demás no viene al caso. ¿Voy a contar acaso que una vez persiguió a una mariposa sin cazarla? ¿Volveré de nuevo con la aburrida historia de una ex novia que me ayudó a salvarlo de una muerte segura? ¿Seguiré contando que Andrea, mi amor de hoy y siempre, hizo lo propio durante la más reciente agonía de Grusswillis? ¿Será que el amor salva? Durante un tiempo me dediqué a inventarle historias extraordinarias que pueden leerse en este blog. En ellas saltaba de techo en techo como Batman, se convertía en un Buda o un sabio, se enamoraba de una siamesa que finalmente lo despreció, hacía terapia con un psicogato de la cuadra, se volvía guevarista por un día o alimentaba fantasías eróticas con Gatúbela. Para qué más. Mi gato ha muerto. Gastó anoche y de manera imprevista la última de sus siete vidas. Y sin saberlo inició un último viaje que también es el mío y el de todos.
L. 

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