miércoles, 20 de febrero de 2013
Sin ropa interior
La olió, la escuchó, lamió sus heridas y hasta le dijo querida, un día, como si ella fuera no se sabe quién. La miró a cuatro manos y la regó a cuatro pechos, la vio desnuda en situaciones cotidianas, vulgares, carentes por completo de erotismo, marxismo, feminismo. Olfateó sus junturas, sus pelos del vientre bajo, la ternura, palabra que odiaba, y acabó acabando en ella y sobre la mujer como si fuera domingo de Pascuas, es decir, como si no la conociera en absoluto. Pero así, entre agua viene y agua va, el hombre fue entrando en ella hasta salir, por el otro lado, como dicen que se sale de los agujeros negros, los cadáveres de estrellas, los mundos paralelos y los telos. Y la vio en ropa interior, sin ropa interior, con ropa exterior, mundana, y la escuchó temblar en las mañanas y contarle la historia de Gretel, su perra labradora que ahora cuidan sus abuelos y que alguna vez tuvo un loro vivo adentro de la boca, y luego leyó un texto vibrante para ella cuyo autor no viene al caso porque lo principal es que de tanto andar terminó deslumbrado, y, recién después, pudo amarla para siempre aún sabiendo, los dos, que la palabra siempre es un invento de Dios/no de los hombres. Sólo se ama lo que se conoce.
L.
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