martes, 31 de enero de 2012


Yo la amaba

Es una película francesa. Yo la amaba. No a la película francesa. Así se llama el film. Es una historia de amor frustrado. Un hombre casado resucita del letargo cuando conoce a una tal Matilde. Joven, inteligente, directa, hermosa. Matilde se enamora del hombre casado sin el cual, dice, se aburre. Luego hay un largo recorrido por camas y baños de hotel. Las ilusiones. Los planes. La búsqueda, luego abandonada, de un hogar común. Después viene el después. El vínculo se rompe. La amante se cansa de ser la amante y se acuesta con cualquiera. El marido elige la comodidad. Pero se siente un muerto junto a una muerta, o sea, su esposa. Parece una historia contada y vivida y vuelta a contar cien mil veces. Pero la película francesa no es buena por eso. Es buena porque es buena, es decir, porque está bien resuelta en todos los aspectos. A veces trato de explicar esto a mis alumnos de escritura. Todo es forma, les digo. Pero no me entienden o yo no lo sé explicar o quizás lo que debería hacer es ver junto con ellos la película francesa cuyo título se tradujo en la Argentina como La quise tanto. Yo la amaba es mejor.
L.

Cuerpo abierto



Si

Si escribir consistiera en llenar de palabras un espacio vacío, por ejemplo éste, mejor abandonar la empresa cuanto antes. No es para eso que se escribe. No es para llenar de palabras algo como se llena de agua una botella. Puede ayudar a pensar. Entonces sí. Puede uno imaginar el sonido del mar, por ejemplo, el golpe de las olas contra el suelo duro, pensar en otros golpes, otras olas, otros días. Escribir puede ayudar a recordar. Entonces sí. No escribir para olvidar. Tampoco para usar bonitas palabras. Apenas las exactas. Evitar las confesiones autobiográficas. Evitar las ostentaciones. Porque si escribir fuera un ejercicio técnico, una especie de reglamento militar para matar a alguien en un operativo perfecto, entonces, claro, entonces que se lo coman todo. Escribir es un ejercicio inútil. Más inútil imposible. Debe servirle, más que nada, al que escribe. No al mercado. A mí en este caso. ¿Para decir qué? Para poder pronunciar sin culpa ni miedo ni pudor la palabra nada. Para eso se escribe.
L.

Amor/odio

Toda expresión amorosa arrastra una cuota de odio que tarde o temprano se expresará. La cercanía de ambos polos es conocida. La experimenté con alumnos de periodismo que inicialmente me vieron como una especie de guía espiritual y pasados los años tacharon mi nombre en sus agendas. Lo hicieron con tanta fuerza que hasta rompieron el papel. También yo hice cosas así en el pasado y por eso los entiendo. Recuerdo que lo hice con ex novias o amores terribles y supongo que ellas también lo habrán hecho conmigo. Lo que sigue ya se sabe. Si el odio se estira demasiado en el tiempo es porque cenizas quedan del fuego original. Lo peor de todo también se sabe y lleva el nombre, nada simpático, de indiferencia...Peor que el odio.
L.

Cangrejos

Andaba descalzo anoche por una playa desierta hasta que inesperadamente vi un cangrejo. Se movía en la arena con asombrosa energía y avanzaba hacia atrás. Como si recordara. Pensé. Los únicos cangrejos que encontré en mi vida estaban reducidos a carcasas resecas, vacías, sin color. Pensé también. Los cangrejos son marginados espirituales. Nadie los quiere. Ni los pescadores. Algunos turistas que la van de exóticos se los comen en restoranes finos. Pero eso es todo. Pensé además. Los cangrejos se ofenderían si supieran que a veces los llamamos crustáceos. Qué palabra tan rara. Crustáceos. Se sentirían ultrajados y con razón. No somos crustáceos ni nada, dirían. Ni siquiera cangrejos. Apenas somos algo que avanza o retrocede sin rumbo en la arena infinita. Medité en silencio y me fui mientras miraba cómo se alejaba el cangrejo hasta volverse casi una semilla. Acaso influido por el encuentro caminé hacia atrás. Muy atrás. Como si recordara.
L. 

lunes, 30 de enero de 2012


Tortugas


Giovanni siempre me prometía tortugas. Yo le creía porque no había remedio. Era, además, la única razón que teníamos los dos para salir a cabalgar hacia el río sin levantar sospechas de mis padres. El origen de todos los males eran los mosquitos y el riesgo de que apareciera una culebra que asustara al caballo, tumbara a la niña y obligara al niño a rescatarla, a montarla en su yegua y a pedirle que se aferrara a su cintura. Era necesario llegar pronto, antes de que la creciente alertara a las tortugas y entonces ellas desaparecieran. “Y ya sabe, ya sabe niña, que si las vemos no hay opción distinta a que yo le de un beso”. Así que yo rezaba para que asomara una culebra y la historia terminara mal. Pero nunca se cumplían mis plegarias. Nos sentábamos a la orilla del río mientras que él me explicaba cómo podía identificar a las tortugas. Y luego, cuando notaba que lo único que hacía era mirarlo, se levantaba y trepaba a un árbol de guayabas para tomar los frutos pequeños y dulces. Los lanzaba y permanecía allá arriba, haciendo ruidos de pájaros. Y yo abajo, comiendo porque daba igual a no comer, pensando que algún día él dejaría de actuar como un niño de 12 años y empezaría a actuar como uno de 13, más maduro y seguro de sí mismo. Cuando el cielo adquiría un tono rosa, Giovanni bajaba y me daba una orden. “Es hora de regresar, niña, porque su papá puede estar preocupado. En otra ocasión será”. Ya me había acostumbrado a su tono amargo al terminar la jornada. Por eso no le respondía. Me levantaba, montaba en el caballo sin su ayuda y salía al trote. Pero el camino era largo y daba miedo. Empezaba a frenar al animal poco a poco hasta sentir la presencia de Giovanni como la de Tánatos, con su batir de alas, la espada sujeta al cinturón y la intención, quizás, de liberarme del tedio. Al llegar a la estancia yo le daba las gracias, le ofrecía mi mano y él la tomaba con delicadeza. Nos mirábamos a los ojos, los de él grandes y negros, los míos pequeños y cafés, para luego decir que sí, que la mala suerte llegará un día en la forma de un beso sin creciente. Finalmente, una mañana, antes de salir a nuestra expedición, él me regaló una mariposa de alas rojas y azules, atrapada en un frasco de mermelada. Reconocí la traición. Tomé el frasco, lo abrí y dejé que la mariposa volara hacia el río. Ahí seguramente estarían las tortugas esperando el mensaje. La boca de la niña aún era virgen y lo sería hasta tanto ellas se resistieran a aparecer.
Andrea

Mujeres I



Las mujeres son mucho más interesantes que los hombres. Aún las peores tienen alguna densidad, un enigma, algo intraducible. No lo digo desde mi condición de hombre. O creo que no lo digo por eso. Pero en general los varones solemos ser básicos y empobrecidos. Aunque a veces nos hagan ver las estrellas las mujeres están más ligadas a la tierra. Línea directa del útero a la raíz de los planetas. Lo poco que sé lo aprendí de las mujeres, No de ellas -como distinguió Kierkegaard- sino a causa de ellas. Después está la condición de madres que siempre está ahí aunque no lo sean. Como dice Castillo las mujeres tienen la virtud de hacernos recordar, de una u otra manera, que venimos de su vientre. Se diría incluso que a veces desearían volver a meternos adentro. Esto último, claro, da miedo.
L.

Mujeres II



Un amor filosófico

Martin Heidegger, el filósofo alemán que en un momento clave de su vida adhirió al nazismo, se enamoró de Hannah Arendt, filósofa judía y perseguida por el nazismo. También ella estaba casada. Muy jóvenes iniciaron un vínculo que pasaría por distintas fases pero que iba a durar toda o casi toda la vida. Cuando el gran maestro puso sus ojos en la "chica verde", así la llamaban sus compañeros de estudio por el elegante vestido de ese color que solía usar, se ofrendó por completo a la pasión recién nacida. Posteriormente calificaría a su amor como "una firme entrega a un único". Lo que separa a los amantes del mundo común, dijo también Arendt, es el hecho de que ellos carecen de mundo. O de que el mundo entre los amantes está quemado. La pasión se mantuvo en secreto y, ya se sabe, ahí donde el amor no puede mostrarse, ahí donde hay sólo sombras y ningún testigo, la distinción entre realidad e imaginación se vuelve cada vez más borrosa. Fue un amor filosófico...Pero amor al fin.
L. 

Cuerpos



Infieles

Detrás o adelante de toda infidelidad amorosa hay una insatisfacción más amplia. El fastidio de origen trasciende a la pareja oficial y al deslumbramiento ante la novedad. En la escena ingresan cuestiones laterales como el trabajo, la vida cotidiana, las frustraciones vocacionales y de otro tipo, eso que le falta a todas las cosas. Por tal motivo las consideraciones morales o éticas no ayudan a la hora de juzgar a hombres y mujeres infieles. Y nadie es quién para juzgarlos. Raramente se trata de un problema sexual o afectivo. Tampoco lo central es el hecho de haber caído, como se cae a veces, en las telarañas de la costumbre. Lo que el infiel cuestiona, acaso sin saberlo ni pensarlo, es la totalidad de su existencia.
L. 

domingo, 29 de enero de 2012


Elogio del aburrimiento

Me pregunto a veces qué haría la gente, hablo en general, si le quitaran los entretenimientos eficaces, impuestos y socialmente aceptados. La lista no es larga. Celulares, facebook, fútbol, recitales, twitter, películas, teatros, fiestas, drogas, alcohol, bares, galerías, viajes, televisión, lectura de blogs. ¿Qué haría el mundo ante semejante y horroroso vacío? Una opción podría ser el suicidio masivo e inmediato. ¿Para qué vivir sin todo eso? ¿Qué sentido tendría? Pero no debo exagerar. Existe la alternativa de retomar juegos sencillos como la rayuela, los dados, el canto, las carreras de embolsados, la actividad sexual y/amorosa, las cartas, dibujar garabatos en libretas. Habría sin embargo un tercer camino que en este acto voy a proponer. Entregarse al aburrimiento. Dejarse atravesar por la nada. Una vez ubicados en ese punto ciego podríamos contemplar el mundo, contemplarnos también desnudamente del derecho y del revés, pensar, pensarnos y actuar en consecuencia. Heidegger dice que sólo en ese estado de inanidad asoma el ser de cada uno, es decir, lo esencial. Pero al parecer ese raro momento de iluminación o satori, como lo llaman los budistas, sólo se alcanza en estado de total y absoluto aburrimiento.
L.

El sexo recuerda

El sexo recuerda y sueña. Imagina. Ligera elevación cubierta de pelos delgados. No hierbas silvestres sino pasto ensombrecido. Jardín de infancia. Dolor. El sexo reconstruye olas de mares olvidados. Lentas lágrimas sucias. Densidad. El sexo evoca escenarios borrosos. Una mano que baja hasta desaparecer. El botón de una blusa desmayada. Un pez que deja escamas en la cama. Pero no. El sexo recuerda y sueña y se pierde por caminos de bosque. Cuando duerme parece un niño asustado. Pero es un hombre al despertar. O el olor de un animal que tiembla. El sexo recuerda y sueña. Espera. Grita en silencio. 
L.   

sábado, 28 de enero de 2012


Dormir o despertar

Dormir de noche es una cosa. Pero dormir de día, mientras los demás intentan despertar y hacer algo, es una forma de complicidad. Cerrar los ojos ante el horror o la belleza, negarse al amor o al combate por un mundo más habitable, es formar parte del problema y no de la solución. Dormir de noche es comprensible. Pero dormir de día es una colaboración gratuita con el dolor y la angustia de tanta gente, tanto mundo, tanta naturaleza cruelmente desnaturalizada. Es o sería mejor, aunque no sirva para nada, abrir los ojos y, sí, despertar.
L.

Hermosa


Intimidad

La felicidad, la tristeza, el amor, el sexo, las banales aventuras cotidianas. Nada de eso es tema para escribir y luego difundir ante la población. Vivir es algo que excluye la palabra escrita e incluso la oral. Lo autobiográfico está ahí y de una u otra forma es arrastrado en el acto de escribir o decir. Aparece por añadidura y no por intención. No hacer show de la intimidad. Dejar el periodismo para otros fines. No mostrar todo a todos. Por algo se empieza.
L.  

viernes, 27 de enero de 2012


Desnudez

La fascinación que producen los cuerpos desnudos es explicable. No se trata de algo meramente ligado al erotismo, la pornografía o, más en general, al deseo sexual. Hay algo del orden del conocimiento, del fin del misterio, que se impone de manera sensual y prepotente en la desnudez humana. Detrás parece no haber ya nada. Lo visible se vuelve aún más visible y esa presencia o desocultamiento implica un acercamiento a la verdad. En un mundo tan dado al engaño y las máscaras el detalle no es menor. Lástima que una vez resuelto el misterio descubrimos que hay un más allá del desnudo que lo trasciende y se vuelve, nuevamente, inalcanzable.  

Guerras

Se puede vivir sin amor toda la vida. Se puede vivir sin comer aproximadamente un mes o dos. Pero no se puede vivir sin tomar agua. La sed no tiene cura. Por eso los videntes y estudiosos del futuro anticipan guerras por el agua durante este siglo. Recién después, añaden los que saben, volverán las guerras por amor.
L.

Con besos



Afuera y adentro

Alguien nos convenció que afuera hay algo que podría salvarnos. ¿Afuera dónde? ¿Y salvarnos de qué? No importa. Salvarnos. Algo de afuera, no sé, un país, una mujer, un hombre, un perro, un shopping, una playa definida como paradisíaca. ¿Cómo será? No importa. Paradisíaca. Los budistas dicen en cambio que debemos buscar adentro. Que afuera no hay nada. Mirar hacia adentro. Eso dicen los budistas. Lo primero está muy cerca del consumo. El consumo convertido en objeto de deseo. A la larga eso no funciona. Lo segundo está muy cerca del narcisismo. Yo, yo y yo. A la larga eso tampoco funciona. Es entonces cuando un sale, mira un poco, se enamora, etcétera. Afuera y adentro. Adentro y afuera. Eso.
L.

Sin besos



Libros muertos

Veo libros en una biblioteca ajena. Son cien, doscientos, diez mil. Muchos libros de una biblioteca ajena. Como es habitual en mí pienso oscuramente. Esos libros cerrados son muertos. Lo son mientras nadie los abra. Pienso en los autores. El tremendo esfuerzo que hicieron al escribirlos. La esperanza enorme que pusieron en la obra. De pronto, como si me sintiera un pequeño dios, resuelvo devolver la vida sólo a tres entre millares. Elijo al azar una antología de poemas de Paul Eluard (eres el agua apartada de los abismos), una novela de Juan Carlos Onetti (ella se dejó besar y abrió la boca) y un ensayo de Albert Camus. Este último está presidido por una frase que voy a dejar acá a modo de prueba y resurrección. No aspires a la vida inmortal. Agota el campo de lo posible. Vuelvo a cerrar los libros y a guardarlos donde estaban. Son lindos. Decoran el ambiente.
L.

jueves, 26 de enero de 2012


Tentación del abandono

Muchos blogs amigos son abandonados por sus autores. No sé por qué será pero lo sospecho. Sostener un espacio como éste es casi una militancia. A veces escasean las visitas y ni qué decir de los comentarios. También nosotros pensamos a veces en suspender el viaje. Pero no lo hacemos por esa cosa entre suicida y vitalista que uno tiene. La tentación de abandonar un blog, una pareja, una carrera, un curso o un trabajo siempre está ahí. En terapia lo llaman pulsión de muerte. Y por ahí va la cosa. Soy favorable a la continuidad. No como quien se pone orejeras, a la manera de los caballos de tiro, y sigue adelante. Pero incluso esto último no sería despreciable. Seguir por el solo hecho de acabar una tarea iniciada. Así sólo fuera por eso. No abandonar. Persistir. Agotar la experiencia. Sé que esto suena a prosa de autoayuda. Pero es algo más que eso. El viejo lema de Gramsci lo resume mejor que yo. Pesimismo en la idea. Optimismo en la acción.
L.

Georgia




Cuando la saqué del hospital se puso más agresiva que de costumbre. La locura está afuera, dijo. Afuera pasaban los autos y Georgia llevó sus manos a la cara. Fue un gesto instintivo como cuando se tapaba los ojos o corría en la vereda. Sus hombros no soportaban el mundo. Un día me ofrecí a sacarla de los pabellones donde ni siquiera había cortinas en las duchas. Ella tenía una demencia indefinible y eso, no sé por qué, me atraía. Cuando tomaba sol hacía algo raro con los dedos. Como si tejiera o algo así. Cuando se hizo de noche señalé una estrella que, le dije,  está situada a cien años luz de la tierra. Eso quiere decir que tal vez no exista hoy. Estamos viendo el pasado, le expliqué. ¿Y cómo era yo hace cien años?, preguntó sin dejar de mirar el cielo. En ese tiempo ni siquiera habíamos nacido. Inesperadamente lloró de una manera oscura. Entonces la abracé como queriendo armar un refugio que la salvara del desastre. La locura está afuera, Georgia. Afuera.
L.

País de niebla


Todos aspiramos a una vida sin problemas ni conflictos. Todo alegría, todo vodka, todo lindo. Soñamos con un estado de felicidad permanente, total e inoxidable. Pero en el fondo, atrás y adelante, sabemos que eso no es posible. Que la vida no sería tal, como la luna, sin su lado oscuro. Es la maldita contradicción la que empuja hacia adelante, la que nos mata y nos da vida al mismo tiempo.
L.

Invención

Vivir es inventar. Nada está hecho. Por eso hacemos el amor. Porque no está hecho. Por eso escribimos. Porque la literatura no existe. Y si existe no alcanza nunca a decir la última palabra. Qué lindo sería. Vivir poéticamente. Inventar. Pensar la vida como una obra de arte. La vida. Cada día. Cada instante. Éste.
L.

Alas de mar


Animals



Algunos filósofos contemporáneos sostienen la teoría de que el hombre está recuperando su animalidad originaria. No dicen que ser animal es algo malo. Al contrario. Un pez o una gaviota serían incapaces de concebir un campo de exterminio, torturar, violar, bombardear poblaciones inermes, matar como diversión y demás bellezas conocidas. Esto último es muy humano. Hombres y mujeres son lo que son básicamente por estar dotados de lenguaje. Con el fin de la historia y el abandono progresivo de la palabra significante un retorno del hombre a la bestia es factible. En tal caso los bailes, los amores y los juegos humanos recuperarían su condición natural. Haríamos edificios y obras de arte así como los pájaros construyen sus nidos y las arañas tejen sus telas. Desaparecería el lenguaje, cosa que ya está ocurriendo con los mensajitos de celular, y sería sustituido por señales sonoras y mímicas comparables al lenguaje de las abejas. Desaparecerían no sólo la filosofía, que es amor a la sabiduría, sino la sabiduría misma. Hombres y mujeres, por fin, copularían como los perros y las perras en los caniles. Viviríamos, como los animales, aturdidos y en una suerte de eterno presente sin historia ni ficciones ni futuro. Dicho así todo esto parece una locura. Nunca se sabe. El retorno del hombre a la animalidad no aparece como una posibilidad futura sino como una certeza, sí, presente.
L.

miércoles, 25 de enero de 2012


Mañana es mejor

El amor más interesante es, diría Fito Páez, el que nace o renace después del amor. Y así con todo. El sexo después del sexo, el trabajo después del trabajo, el viaje que empieza cuando termina el viaje, la clase que sigue a la clase. No voy a hablar de la vida después de la muerte porque de eso nadie sabe nada y el tema, además, aburre. Pero sí de la reescritura que sigue a la escritura, de la sensación de encanto o desencanto que nos deja una lectura, del vacío que queda en el cuerpo y el alma después de un beso o un abrazo. Lo mejor ocurre siempre después. Nunca antes.
L.

Sin escudos


Escribir



No se escribe con el cuerpo ni con buenas historias. Tampoco con hechos puntuales, noticias, amores o ciudades. No se escribe con sentimientos, viajes o emociones de circunstancia o circuncisión. No se hace poesía con el diario abierto. Tampoco se escribe para contar lo que me pasó en el baño o el centro comercial. ¿Pero con qué se escribe si dejamos de lado esto, aquello y lo de más allá? La respuesta es fácil. Se escribe con palabras. 
L.
La foto de abajo encierra una idea. Lo principal permanece oculto.

Pensar

Pensar es peligroso. En primer lugar porque es casi la única actividad que nos diferencia de los animales, los vasos de plástico y la piedra pómez. En segundo lugar porque está el riesgo de llegar a conclusiones y, a través de ellas, producir cambios en nuestra vida. Eso es mal visto en general. Pensar sería, para no dar + vueltas, perder el tiempo. El pensamiento, como la duda, es la jactancia de los intelectuales. Esto último lo dijo un militar argentino, es decir, un hombre feliz. Los felices rechazan el pensamiento. Siempre hay cosas más divertidas como, no sé, tomar cerveza, viajar a España o comer algo rico en un restorán japonés. Recuerdo ahora, no sé por qué, a la filósofa contemporánea Hannah Árendt. Recuerdo que ella asistió al juicio que se le hiciera a Adolf Eichmann, criminal de guerra nazi, responsable por atrocidades masivas e inimaginables. No fue esto último lo que sorprendió a Hannah durante el proceso sino, como lo dijo ella misma, la incapacidad de pensar del acusado. Una persona que no piensa, así sea nuestra novia o nuestro mejor amigo, es, fuera de discusión, una persona peligrosa. Habrá que cuidarse.
L.

Do menor


martes, 24 de enero de 2012

Expulsados

Los expulsados del paraíso no son culpables. Ellos no hicieron nada. Ni siquiera sabían si estaban en el edén o el infierno. No podían diferenciar manzanas de serpientes. Y casi todo les daba lo mismo. Pero ni siquiera la indiferencia ante el mundo impidió que fueran expulsados. En el desierto no hay fuentes ni ángeles ni arpas. Sólo montañas de basura, gente común, y, un poco más allá, una luz en la ventana. Los expulsados del paraíso caminan lento. Son inseguros. No tienen ante quien arrodillarse. Pero, qué raro, no se arrodillan. No pierden la calma. Caminan sin esperanza y sin fe. Pero erguidos.
L.

Trineo

Lo que más recuerdo de mi adolescencia son los paseos en trineo con mi prima Natalia. Eso fue hace años en Kiyineff. Es una ciudad rusa ubicada seiscientos kilómetros al sur de Moscú. Por qué estaba allá es algo difícil de explicar. Natalia era mi prima y los dos tendríamos doce o trece años entonces. Yo dirigía el trineo, una especie de óvalo metálico con listones de madera. La pendiente era pronunciada. Natalia se abrazaba a mi cintura y reía fuerte con la boca bien abierta. Yo sentía el calor de sus brazos, de casi todo su cuerpo en realidad, y eso me confundía. La nieve golpeaba y mi corazón latía como siguiendo el ritmo de los caballos que se veían muy lejos. Es lo que más recuerdo de esa época. Natalia pegada a mi espalda. Sus pechos incipientes apretados contra mí. Después pasaron otras cosas, entre ellas el primer beso que me dio una mujer y el primer abandono, también, de una mujer. Pero eso no le interesa a nadie. Hoy la historia se resuelve en una serie de palabras inconexas. Kiyineff, trineo, risa, pechos, beso, nieve y abandono.
L.  

Sentir la vida

¿Cómo y cuándo nos sentimos vivos? La respuesta parece fácil pero no es. Leí por ahí que esa sensación, la de existencia plena, aparece ante todo cuando estamos inactivos, cuando no vamos hacia ningún lado, cuando nos sumergimos en estados de ocio o vacío, no sé, un domingo a la tarde. O un día de esos que no parecen agarrados a nada. Es o sería al revés de lo que habitualmente se piensa. Uno dice. En el mar o caminando por un bosque. Subiendo a una montaña. Haciendo el amor (que ya está hecho). Sintiendo el viento en la cara al andar en bicicleta. O bailando salsa. No. En esos momentos no sentimos nada justamente porque estamos ocupados en vivir. La vida aparece en todo su esplendor u oscuridad en estados de neutralidad o, peor, de pasividad. Y entonces vuelven las dudas conocidas. Quién soy. Para qué estoy aquí. Qué debo hacer o no hacer con mis horas. No son malas preguntas. De las respuestas dependen unas cuantas cosas, entre ellas, sentir la vida.
L. 

Lo incompleto

Aspiramos a completar todo. Pero no hay manera. Pura mitad, pura incompletud, siempre falta algo y ni siquiera sabemos qué. La verdad es media verdad, el orgasmo no llena del todo, los viajes no terminan de encantarnos. Y si nos encantan se acaban como todo. ¿Lo inacabado debería ser visto entonces como una desgracia? En absoluto y al contrario. Lo incompleto es la fuente de la existencia. Vivimos para completar. Pero, qué suerte, no completamos jamás.
L.

lunes, 23 de enero de 2012

¿El amor completa?

A casi todo el mundo le encanta el amor pero nadie sabe decir qué es. Platón se preguntaba por qué hay hombres y mujeres. Y sostenía que en el origen había un solo ser que era el andrógino. Luego este último se dividió en dos. Supuestamente el amor sería la nostalgia que tenemos todos de volver al andrógino. O sea que cuando por ejemplo los hombres buscamos a una mujer lo que en realidad procuramos es a nuestro doble. Es como si mediante el vínculo quisiéramos completar la figura original. No creo que así sean las cosas. No lo creo para nada. El amor no completa. Surge, en todo caso, porque en un momento equis de la vida no aguantamos eso que se llama mismidad. Para decirlo más brutalmente. Nos aburrimos de nosotros mismos. Y por eso, perdón Platón, amamos.
L. 

Danza íntima

¿Qué es madurar?

¿Qué significa madurar? ¿Dejar de decir tonterías y pasar a hablar del costo de las expensas comunes en el edificio? ¿Eso es madurar? ¿Abandonar la pelota en la playa por el cajero automático? ¿Eso es madurar? Llegan los grandes a un lugar donde hay niños y dicen, bueno, se acabó el juego. Hay que ir a comer y a dormir. Raramente los adultos se ponen a pensar que la dimensión infantil es tan importante, o más, que la dimensión adulta. Julio Cortázar, por dar un ejemplo, escribió lo que escribió, justamente, porque no maduró. Y Pablo Picasso, es sólo otro ejemplo, dijo una vez que volver a ser un niño le costó la vida entera. Llegamos al punto. Madurar es o sería recuperar el espíritu de infancia y hacer algo indefinible con eso.
L.  

Las manos del verano

Las manos del verano pueden acariciar y asfixiar al mismo tiempo. Son capaces de derretir cubos de hielo y convertirlos en sudor o en ríos o en mares. Las manos de verano pueden calentar los recuerdos apagados. Y es entonces cuando la vida entera se vuelve fogata y el problema, cabe aclarar, no es el incendio sino el tamaño de las llamas. El incendio ilumina el mundo. Pero cuando el tamaño supera al tamaño todo se vuelve más difícil, pasos en cámara lenta, algo que gotea entre los pelos del pubis, ojos que esperan noticias del cielo, es decir, vientos huracanados provenientes de los polos. Las manos del verano son peores que el mecano, un juego antiguo y raro que, aún así, arma burbujas de silencio en el desierto de los ruidos.
L.

Colombia vive

Indolencia

Viajar para no viajar. Cerrar puertas y ventanas para verla. No moverse del lugar. Abrir la ducha. Cerrarla. Volver a abrirla. Leer el mismo libro de siempre. Sentir lo familiar lejos de la familia. Andar descalzo por los cuartos oscuros. Café, plátano y duraznos. Miedo al mundo. Curiosidad por el mundo. Viajar para quedarse en el lugar donde ella estira hacia arriba los dedos de las manos. Foto del río. Larga vigilia de ojos abiertos. Larga y amada indolencia.
L.

domingo, 22 de enero de 2012

Sexo y verdad



Adán y Eva perdieron su Edén cuando mordieron la fruta del árbol del conocimiento. A partir del acto rebelde la desnudez y todo lo demás se volvió problemática para ellos. Agamben observa algo parecido en un cuadro de Tiziano, La ninfa y el pastor, donde se ve a una mujer desnuda junto a un campesino. Todo parece indicar que acaban de tener sexo, como se dice modernamente, y que ingresaron en un estado de vacío, de tedio, de nada. Agamben supone que luego del acto carnal los amantes pierden el misterio que tanto los atrajo. Pero lo que sigue es lo que importa. ¿Por qué? Porque lo que sigue es la verdad. Porque no se puede amar lo que se ignora.
L.

Lo evidente



Lo evidente es lo más dudoso. Las certezas cotidianas, las enseñanzas de la abuela, lo que dice medio mundo. Eso, justamente, porque lo dice medio mundo y es tan evidente, debería ser puesto en duda y mirado con sospecha. No la sospecha del resentido o del que tiende a un pensamiento conspirativo y casi patológico. Lo que se cuestiona aquí es lo considerado obvio, lo común, lo de todos los días. Lo que se pone en duda es aquello sobre lo que nadie discute, justamente, por ser indiscutible y claro. Algunos le temen a esta postura y se inclinan por aceptar las cosas como parece que son. Tomar distancia de lo obvio, en cambio, es iniciar un pensamiento que puede poner el mundo entero patas para arriba. Como quien se pierde en los caminos del bosque y ya no puede regresar. Las consecuencias de esta actitud suelen ser fatales. Quizás acabemos mudándonos de casa y de país. O cambiando de pareja y oficio. O naciendo de nuevo. ¿Y quién quiere nacer de nuevo? ¿Quién?
L.

Experiencias



Cenábamos anoche con Laura y apareció el tema de las experiencias. Acordamos antes darle ese nombre, experiencias, a acontecimientos decisivos de nuestras vidas. Por si no se entendió. El tema no eran los viajes o las fiestas o los eventos salientes en los días de cada cual. Tampoco el primer beso, la primera relación sexual, el conocimiento de la muerte o el trabajo inicial. Hablábamos de experiencias en el sentido de iluminación. Ese instante que es todos los instantes, o, dicho de otro modo, lo que ocurre una vez y ya no tiene regreso. Laura mencionó dos o tres cosas, entre ellas, algo vivido hace unos diez años en la ciudad colombiana de Cartagena de Indias. Yo seis o siete, entre ellas, un episodio que empezó accidentalmente con un intercambio de mails. Luego continuamos cenando y, agotado el asunto al menos en parte, fuimos a dormir.
L.

sábado, 21 de enero de 2012

El día más feliz

Hay preguntas que no debieran ser formuladas. Entre otras cosas porque no tienen respuesta. Mis alumnos de periodismo, imitando las entrevistas que leen en los diarios o ven por televisión, suelen hacerlas con frecuencia. Y las hacen porque nunca fallan. ¿Cuando te sentiste escritor por primera vez? ¿Alguna anécdota de tus viajes por el mundo? ¿En que país te gustaría vivir? ¿Qué comida te gusta más? ¿Cuál fue el día más feliz de tu vida? Esta última puede responderse. Adriana Calcanhoto hizo una canción que habla de eso. Empieza así. El día en que fui más feliz vi un avión reflejarse en tus ojos hasta desaparecer. Creo que dice algo así. Habla de una despedida. Ahora que lo pienso la pregunta no tiene sentido. Salvo que se responda con aviones y miradas. Desoladora respuesta. El día más feliz no existe.
L

La unión

Paso la mano sobre la sábana que sigue las ondulaciones de su cuerpo aún dormido. La mano sigue la suave irregularidad del terreno, las arrugas de la tela que no son las de la piel tensa y desmayada, casi inmóvil, apenas agitada levemente por la respiración y cierto movimiento autónomo de los pies lejanos. Baja y sube y resbala esa mano sin rumbo ni motivo por una extensión que bien podría ser un campo o, también, la piel del mar, es decir, una superficie con puntas y hondonadas en estado de desesperación. De pronto, porque siempre hay un de pronto, ella despierta de un sueño largo que luego contará entre bostezos pero que ahora se convierte en la unión efímera de dos cuerpos enredados. Hasta la mano desaparece en la confusión como si nada hubiera pasado en el lugar de los hechos.
L.

viernes, 20 de enero de 2012

La separación

Tanto la esperé. Tanto. Ya no sé si fue un mes o dos. Pero cuando la vi en el aeropuerto entendí que todo había terminado. No sé si fue el peinado o la voz. Porque hasta la voz era distinta. Pero de ningún modo era la mujer que conocí hace tres años en la terminal de buses. Eso fue, si no recuerdo mal, en Guatavita o Barichara. Ni por asomo era la joven de gestos insinuantes, caderas anchas y escote hasta el ombligo que una tarde se acercó sin vacilar. Me había consultado sobre alojamientos, artesanías o algo así. Insisto. No sé si fue el peinado, los comentarios que hizo, el beso frío que me dio. Me dijo que durante su ausencia había pensado en lo nuestro. Esas palabras usó. Lo nuestro. No puedo negar que me molestó. Y después los anillos, los afeites importados, la blusa llena de mariposas. No era la misma mujer que me escribía mails encendidos hace tres inviernos. Tantas cremas, tanto collar, tantísimos colgantes. Se había convertido en una especie de puta de albañal. No sé qué decir. La acompañé al taxi, le dije chau con la mano y encaré el regreso. Ninguna separación es perfecta. Pero la hora llega para todos.
L.

Blog existencial

Esto es un manifiesto. En este blog no nos interesa nada que no sea la existencia misma. Nada significa nada, es decir, no nos importa la cultura como adorno, el amor como poesía estúpida, las frases trascendentales, el arte idealizado, la literatura también idealizada o recreada o citada, ningún dios endiosado interesa acá. Tampoco el cuerpo convertido en el centro del universo. Esto es un manifiesto. Y este blog es existencial. Nos importa la vida de esa mujer que espera toda la noche que el hombre que la abandonó, y se fue a Italia, le escriba al menos un mail. Nos atrapa la soledad y la falsa compañía, la angustia sin nombre, la felicidad que no tiene vergüenza de sí misma, en fin, esas cosas que no le importan a nadie. La espuma de los días, la del café, la del esperma, la noche que se cierra sobre todos. El día que promete y no cumple. Esto es un manifiesto. Ningún poema, ningún periodismo, ningún cinismo. O sí. Una sola. La de no entender esto que pasa y nos mata y aún así nos da la vida.
L.

Palabra I

Una palabra podría salvarnos para siempre. Una sola. Bastaría pronunciarla un día bajo la ducha o en el parque. No es difícil. Es una palabra y podría salvarnos la vida. Lo sabemos perfectamente y, para colmo, no tenemos dudas sobre palabra es esa. Por alguna razón desconocida no podemos o no queremos decirla. La lengua se traba en la boca humedecida. Algo nos frena. Tenemos miedo del torrente imparable que podría desatarse como consecuencia de lo que podríamos decir. No resulta fácil de creer. Una palabra podría darnos, ella sola, todo lo que nos falta. Pero nos replegamos, callamos, silbamos bajito, nos damos vuelta en la cama y, sí, nos dormimos.
L. 

Palabra II

Lo peor es tratar de ser lo que no se es. Eso es lo peor. Hacerse el culto o el inculto, tratar de ser gracioso, inteligente, lúcido. Esto o aquello. No funciona. A la larga fracasa. Ser nomás. Ahí va mejor. Pero, claro, no limitarse a eso.
L.

jueves, 19 de enero de 2012

Arte fino

Arte bruto

El arte que se ejerce sin conciencia, casi como una necesidad fisiológica, el arte de los locos, los niños y los marginales, recibe el nombre de arte bruto. Uno de sus grandes cultores ha sido Clement, un granjero francés que vivió en el siglo XIX y a quien un buen día se le ocurrió estrangular a su mujer. Lo encerraron en una cabaña solitaria y bien custodiada. Una noche el recluso empezó a tallar con una cuchara los muros de madera de su extraña prisión. Los guardias le sacaron la cuchara y Clement siguió tallando con un palito. También se lo quitaron. Pero él continuó con un alambre y finalmente con las uñas. En dos años la cabaña quedó convertida en una obra de arte maravillosa. Cuando lo liberaron nunca más volvió a tallar nada.
L.

Calor

Recuperación

Recuperada la hermosa rutina que nunca debió ser abandonada. ¿Quién dijo que la felicidad anida en el cambio? Puede ser a veces pero no siempre. Recuperada la hermosa rutina de hacer lo que amamos, repetir los divinos movimientos de los días felices, recordar lo que nunca hicimos, imaginar lo que no haremos jamás. En resumen. La hermosa rutina de no buscar lo que hace tiempo encontramos. De los cambios se ocupará la espuma de las horas. ¿Para qué suplantarla? De nada serviría. La vida cambia de manera imperceptible. Mientras eso ocurre nosotros nos ilusionamos con la hermosa rutina, es decir, aquella que nunca debió ser abandonada.
L.

miércoles, 18 de enero de 2012

El show de la intimidad

No entiendo los blogs, no entiendo feisbuc, no entiendo twitter. Y eso que ando por esos lugares a veces tratando de ser moderno. Todo el mundo me dice que debo actualizarme y lo hago así cumplo con el mandato general. Pero no entiendo a esa gente que cuenta las cosas que hace durante el día como si tuvieran alguna importancia. Todos hacemos básicamente las mismas cosas. Comemos, vamos al baño, dormimos, pelamos manzanas, amamos si tenemos suerte y odiamos en caso de ser necesario. Todos tenemos así sea una idea básica de las cosas del sexo. Pero tampoco ahí hay interés alguno. Por eso los grandes escritores, por ejemplo Onetti o Flaubert, aspiraban a una literatura sin hechos. Porque no hacen falta las aventuras para sentir o crear. La procesión va por dentro, nace de evocaciones remotas, cosas invisibles que sólo en contadísimas oportunidades se vuelven visibles. Nada de lo que importa está en las redes sociales. Tampoco en la vida misma y sus detalles banales. El show de la intimidad, las fotos, los comentarios, todo eso, no le sirve a nadie. Salvo que con ese material se haga una obra perdurable, en fin, mejor dejarlo pasar. Pero no. Ahora la ropa interior pasó a ser más importante que todo. Ni siquiera sé para qué digo todo esto. Si igual es inútil. Hablar hoy de arte, ficción o recuerdos genera un rechazo global. Por si acaso aviso. Este blog no está en esa. No sabemos dónde mierda está. Pero no está en el show del yo. Y eso es, sí, definitivo.
L. 

El pescador

Una relación pornográfica

En la Argentina se la conoció como Una relación particular. Pero el nombre original de este imprescindible film del francés Fréderic Fonteyne es Una relación pornográfica. La película se limita a relatar el encuentro erótico de una pareja obsesionada con algo muy especial. No importa qué. Lo hacen todos los jueves, un día previamente convenido por ambos, en el cuarto de un hotel. Sólo con el tiempo los protagonistas descubrirán que el sexo es alma y que el alma, precisamente, tiende sus trampas. Lo mismo ocurre en otros dos filmes que funcionan como antecedentes directos. Uno es Último tango en parís, un clásico de Bernardo Bertolucci, y el otro es El imperio de los sentidos, la durísima fábula del japonés Nagisha Oshima. En todos sobrevuela la desoladora idea de que el sexo, reducido a lo absoluto, acaba destruyendo a los amantes o, al menos, al vínculo intenso y poderoso que habían procurado establecer. 
L.

Todos quieren todo

Todos quieren todo. Nadie se conforma. Es todo o nada. El mar y la montaña, lo dulce y lo salado, lo seco y lo húmedo, lo frío y lo caliente. Pero así no se puede. Quiero ser libre, dice un amigo. Libre por completo. Sólo quiero disfrutar, dice una compañera del trabajo. Agrega que le gustaría, en vez de estudiar el 18 Brumario para la facultad, pasársela de fiesta en fiesta, conseguir novio y tomar fernet con Coca o vodka con Speed. El sueño de la vida ilimitada. Principio del placer y nada más. Pero eso no es posible. Y hasta es buena esa limitación. Todo es nada. Y nada...no parece un buen plan. Pero además, ¿cuál es el problema con las partes? 
L.

La oreja verde

Acabo de leer un lindo poema titulado La oreja verde. Es una oreja especial que tienen algunas personas, jóvenes o viejas, para escuchar a los niños. Qué bien. Me gusta la idea. Escuchar no sólo a los de siempre y nunca. Estar abiertos también a otros lenguajes que nos hablan. Escuchar al mar, a los perros y gatos, a los médanos, a los cuerpos, a los sueños, a los caballos, a nosotros mismos. Nos está faltando una oreja verde, roja, azul o amarilla. Mi instructor de yoga lo resumiría del siguiente modo. Abrir el pecho al mundo.
L.

Locura y amor



Se supone que el enamorado está loco. De ser cierto ese amor supremo acabaría en poco tiempo. No se puede construir un vínculo en estado de total y completo desorden. O se puede pero en fin. Podría también decirse que los verdaderos locos son los imposibilitados de amar. Sí. La peor enfermedad del alma. No poder amar significa no poder liberarse de uno mismo. Ahora. El amor pasión, el amor desesperado y desesperante, ese amor excesivo que sólo se alimenta de sí mismo, resulta agotador por donde se lo vea. Y, además, termina convertido en una forma sutil del amor propio.
L.

La pareja

martes, 17 de enero de 2012

Desde las colinas

Desde las colinas baja un viento que podría ser brisa, risa o pecho abierto. Es algo que inicialmente subió del mar y luego se extendió en la ciudad como el cuerpo tenso y lento de una mujer. Eso se huele en la espuma de las horas. Nadie lo sabe con exactitud. Es como si una lluvia descendiera también hasta volverse llovizna, perro o nube. Como si bajaran olas de humo desde las colinas y eso apagara la pureza de los astros. Milagro nocturno. Silencio que baila cuando ya nada se espera en la orilla del bosque. Los árboles que mañana serán talados se balancean todavía en el viento que en vez de viento podría ser brisa, risa o pecho abierto. Verano inexpresable. Nada.
L.  

Amor inexpresable

Algunos mitos poderosos nos hicieron creer que el amor puede sublimarse y convertirse, con el tiempo, en creación artística. Todo empezó con Sócrates, siguió con el romanticismo y terminó con el psicoanálisis. La idea sería que ante la ausencia del ser amado un escritor puede componer una novela y hasta volverse famoso con el fruto del dolor. Lo mismo un cantante o un pintor. Yepeto, una obra de Roberto Cossa, cuenta la historia de un viejo profesor de literatura que quiere seducir a una alumna joven y hermosa. La chica tiene un novio joven y hermoso como ella. Al muchacho le falta algo que el profesor tiene (saber, cultura, sensibilidad, etcétera). Pero al maestro le falta otro algo que el chico posee en abundancia (no entraremos en detalles). El profesor pudo haber optado por sublimar su deseo y escribir poemas, novelas o lindos ensayos. Pero él quería acostarse con la alumna. Y en fin. Para qué seguir. El hombre, ya mayor, termina solo y ebrio en su casa pronunciando una frase elocuente. Me cago en la literatura. Y así es. Porque si bien el amor está ligado al lenguaje no puede alojarse en la escritura. Necesita del cuerpo y ahí está el problema...y la no tan fácil solución.
L.

La zona



Algo nos pasa a los hombres con las tetas. El interés es indudable y por más que trato de racionalizar no encuentro la vuelta. La idea que enseguida viene a la cabeza es el recuerdo infantil de alimentarse por esa doble vía. Y así debe ser. Igual la curiosidad es tan desmedida como asombrosa. Los hombres somos definitivamente limitados. Buscamos no se sabe qué bajo las remeras. Esos volúmenes. Esas puntas que desafían la tela. Algo nos conmueve en la región y nos rendimos desesperados ante un simple escote. Leo un poema que tiene que ver. Es del brasileño Murilo Mendes, poeta ya olvidado. El mundo empezaba en los senos de Jandira, dice. Los enamorados pasaban y olían los senos de Jandira...Y eran precipitados en las delicias del infierno. Y todo por las tetas. Enigma increíble pero cierto.
L.

Si el Che viviera...

Escucho una linda canción del cubano Frank Delgado. Si el Che viviera. Así se llama. No voy a decir de qué habla. Cualquiera puede escucharla en youtube. Advierto que no es un elogio rimbombante sino algo más serio. La idea, más allá de todo, es disparadora. ¿Qué diría el Che si despertara de pronto y viera a todos los combatientes diciendo tonterías en Facebook? ¿Qué diría si encontrara que el hombre nuevo está más viejo que nunca? Si el Che viviera, ¿qué diría al comprobar que el egoísmo que tanto rechazó se ha convertido en ideología dominante? No niego las luchas que siguen en todas partes. No niego a esa gente que sigue dando la vida -aquí, allá y en todos lados- por una vida más digna y justa. Pero aún así. ¿Qué diría Ernesto Guevara vivo y convertido en abuelito cuando se entere que su imagen ha sido utilizada para una publicidad lanzada por una conocida multinacional automovilística? Me pregunto qué podemos decir nosotros de esa querida presencia hundida para siempre en un mar de nieblas e ilusiones. Quizás hizo bien, el Che, en morir a tiempo. Nunca se sabe. Desaparecieron los héroes pero siguen abiertos los caminos. ¿Despreciaremos la divina invitación?
L.

¿Leer o viajar?

Salgo a caminar y encuentro a un poeta del barrio. Hablamos sobre lo difícil que es escribir cuando uno sabe lo que significa. Escribir es cortar, resume el poeta. Yo no sé. Pero es difícil. Mejor es viajar, arriesga él. Yo no sé. Armar las valijas. Trasladarse. Toparse con turistas en la playa. Ese sol. No. Mejor es amar. Tampoco. Siempre hay discusiones, angustias, diferencias, malentendidos. Yo no sé. ¿En qué quedamos? ¿Escribir, amar, viajar? Por ahora...el blog manda.
L.

Hoy

El día está más o menos por la mitad. Para los europeos queda menos tiempo. Este día. Miércoles 18 de enero de 2012. ¿Cómo vamos a justificarlo? ¿Será que hay que hacer algo para darle sentido a todos y cada uno de los días de nuestra vida? ¿O dejaremos pasar las horas como si nada? No sé qué decir. Podría citar a una bonita canción. Sólo se trata de vivir. No me conforma. Pero tampoco pienso que hoy debamos hacer algo demasiado distinto a lo que veníamos haciendo. Hay un plan subterráneo. Siempre está ahí. Limitarnos entonces a cumplir sus indicaciones invisibles. Si tuviera cinco minutos -dice Le petit prince- caminaría suavemente hacia una fuente. Y los tenía.
L.

Sólo piano

El llamado



No dar si no nos piden. Principio básico. Hacerlo, aún así, puede brindarnos algún tipo de íntimo placer. No lo niego. Pero a la larga no funciona. ¿Y a vos quién te pidió opinión? Quedamos como idiotas frente a los eternos indiferentes. Conviene esperar. Ser llamados. Y entonces sí, claro, ayudar, responder, hacer lo que podamos por el otro. Pero hace falta demanda. En caso contrario no debe haber oferta. Paciencia. Ya llegará el momento. O no.
L.