martes, 24 de enero de 2012

Trineo

Lo que más recuerdo de mi adolescencia son los paseos en trineo con mi prima Natalia. Eso fue hace años en Kiyineff. Es una ciudad rusa ubicada seiscientos kilómetros al sur de Moscú. Por qué estaba allá es algo difícil de explicar. Natalia era mi prima y los dos tendríamos doce o trece años entonces. Yo dirigía el trineo, una especie de óvalo metálico con listones de madera. La pendiente era pronunciada. Natalia se abrazaba a mi cintura y reía fuerte con la boca bien abierta. Yo sentía el calor de sus brazos, de casi todo su cuerpo en realidad, y eso me confundía. La nieve golpeaba y mi corazón latía como siguiendo el ritmo de los caballos que se veían muy lejos. Es lo que más recuerdo de esa época. Natalia pegada a mi espalda. Sus pechos incipientes apretados contra mí. Después pasaron otras cosas, entre ellas el primer beso que me dio una mujer y el primer abandono, también, de una mujer. Pero eso no le interesa a nadie. Hoy la historia se resuelve en una serie de palabras inconexas. Kiyineff, trineo, risa, pechos, beso, nieve y abandono.
L.  

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