Pensar es peligroso. En primer lugar porque es casi la única actividad que nos diferencia de los animales, los vasos de plástico y la piedra pómez. En segundo lugar porque está el riesgo de llegar a conclusiones y, a través de ellas, producir cambios en nuestra vida. Eso es mal visto en general. Pensar sería, para no dar + vueltas, perder el tiempo. El pensamiento, como la duda, es la jactancia de los intelectuales. Esto último lo dijo un militar argentino, es decir, un hombre feliz. Los felices rechazan el pensamiento. Siempre hay cosas más divertidas como, no sé, tomar cerveza, viajar a España o comer algo rico en un restorán japonés. Recuerdo ahora, no sé por qué, a la filósofa contemporánea Hannah Árendt. Recuerdo que ella asistió al juicio que se le hiciera a Adolf Eichmann, criminal de guerra nazi, responsable por atrocidades masivas e inimaginables. No fue esto último lo que sorprendió a Hannah durante el proceso sino, como lo dijo ella misma, la incapacidad de pensar del acusado. Una persona que no piensa, así sea nuestra novia o nuestro mejor amigo, es, fuera de discusión, una persona peligrosa. Habrá que cuidarse.
L.
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