viernes, 20 de enero de 2012

La separación

Tanto la esperé. Tanto. Ya no sé si fue un mes o dos. Pero cuando la vi en el aeropuerto entendí que todo había terminado. No sé si fue el peinado o la voz. Porque hasta la voz era distinta. Pero de ningún modo era la mujer que conocí hace tres años en la terminal de buses. Eso fue, si no recuerdo mal, en Guatavita o Barichara. Ni por asomo era la joven de gestos insinuantes, caderas anchas y escote hasta el ombligo que una tarde se acercó sin vacilar. Me había consultado sobre alojamientos, artesanías o algo así. Insisto. No sé si fue el peinado, los comentarios que hizo, el beso frío que me dio. Me dijo que durante su ausencia había pensado en lo nuestro. Esas palabras usó. Lo nuestro. No puedo negar que me molestó. Y después los anillos, los afeites importados, la blusa llena de mariposas. No era la misma mujer que me escribía mails encendidos hace tres inviernos. Tantas cremas, tanto collar, tantísimos colgantes. Se había convertido en una especie de puta de albañal. No sé qué decir. La acompañé al taxi, le dije chau con la mano y encaré el regreso. Ninguna separación es perfecta. Pero la hora llega para todos.
L.

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