jueves, 26 de enero de 2012

Georgia




Cuando la saqué del hospital se puso más agresiva que de costumbre. La locura está afuera, dijo. Afuera pasaban los autos y Georgia llevó sus manos a la cara. Fue un gesto instintivo como cuando se tapaba los ojos o corría en la vereda. Sus hombros no soportaban el mundo. Un día me ofrecí a sacarla de los pabellones donde ni siquiera había cortinas en las duchas. Ella tenía una demencia indefinible y eso, no sé por qué, me atraía. Cuando tomaba sol hacía algo raro con los dedos. Como si tejiera o algo así. Cuando se hizo de noche señalé una estrella que, le dije,  está situada a cien años luz de la tierra. Eso quiere decir que tal vez no exista hoy. Estamos viendo el pasado, le expliqué. ¿Y cómo era yo hace cien años?, preguntó sin dejar de mirar el cielo. En ese tiempo ni siquiera habíamos nacido. Inesperadamente lloró de una manera oscura. Entonces la abracé como queriendo armar un refugio que la salvara del desastre. La locura está afuera, Georgia. Afuera.
L.

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