miércoles, 13 de febrero de 2013

Tokio Blues

No hacía falta ir tan lejos para estar acá. Siete de la tarde. Colectivo 132. A los extranjeros les explico que se trata de un transporte público sobre ruedas bastante aburguesado. Algunas formaciones parecen trenes y varias de ellas están dotadas de aire acondicionado. Punto. Hay como diez mil pasajeros en el 132. Voy hasta el fondo empujando fuerte y me detengo ahí donde no puedo más avanzar. Me distraigo viendo escotes. Hay muchos y profundos. La pregunta eterna. ¿Lleva corpiño? ¿No lo lleva? Trato de adivinar pezones como si yo mismo no los tuviera. Todo es una gran estupidez. Junto a mí una chica lee Tokio Blues, de Murakami. Intenta contarle la historia a un joven que la acompaña pero lo hace de manera desordenada. Yo me disperso entre escotes y caderas. Se acomoda una mujer de anteojos en el asiento contiguo. Tiene una bolsa de dormir entre sus manos. Su novio quedó de pie y lleva un libro cuya bajada dice algo tipo "la voluntad de entenderlo todo". Vos podrías tener ese título, le dice al novio. El joven, tan alto que podría ser jugador de baloncesto, ríe y lee. Deduzco que el muchacho tiene la voluntad de entenderlo todo. Yo también. Quiero saber mucho pero en vez de eso miro escotes, pregunto la hora, quiero bajarme ya de esta cocina ardiente. Cuando lo hago el colectivo 132 está semivacío. Miro por la ventana. Hay japoneses y japonesas afuera. Llegué a Tokio Blues.
L.

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