Inútil hacerse el distraído con el cuerpo. Todo, desde el alma a la palabra, está encarnado y sostenido por la anatomía. Podemos disimular, cubrir, operar, mentir. Pero el cuerpo insiste como una amante desesperada. El cuerpo me acompaña, decía Kierkegaard, como una cataplasma caliente y muda. Bestia anhelante, lo llamó también. Está pegado al espíritu como un gusano. El cuerpo envejece a pesar nuestro. Se parece cada vez más a esa masa inerte en que se convertirá un día. Y nos pertenece más que nada. No puede cambiarse como la ropa. Otro cuerpo, pidió el poeta. Denme otro cuerpo, dijo también, a la manera del jinete que clama en la batalla por otro caballo. Pero no hay otro sino éste.
L.
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