lunes, 15 de junio de 2009

Gacela


Caminaba en silencio por la playa cuando encontré una gacela que dormía: ojos de nuez, pelitos finos, cejas resueltas en líneas desgarbadas. Sin hacer ruido giré en torno al animal de boca singular y patas largas. Me quedé quieto. Casi mudo. Pero la prudencia fue inútil. La gacela despertó, avanzó hacia mí y ya no supe qué hacer. Mientras pensaba en cosas vagas –un sonido de violín en el desierto- me senté en un manto ennegrecido por el humo. Las gacelas no lloran. Las gacelas no aman. Ella olió mi camisa, tembló al ver mis manos en declive, se hundió como una lámpara en el cielo. Transcurrieron las horas, los años, los peces. Por un instante quise escapar. Pero al final seguí esperando la noche inminente. Con la última luz dibujé palabras que una ola menguante alcanzó a borrar. Ahora la gacela y yo caminamos juntos por la orilla. No le hacemos mal a nadie. Pero hay alguien, sin embargo, que apunta desde lejos directo al corazón.
L.

1 comentario:

  1. Luis, al final nunca te alcancé mi libro. Ojalá pudieras darte una vuelta mañana miércoles 17 a las 19 por el C.C. de la Cooperación (Corrientes al 1500) al lanzamiento de tres nuevos libros de nuestra editorial Viajera. Si vas, te lo doy en mano, claro.
    (Esto más que una invitación, parece un chantaje, pero es la trampa que nos tienden las palabras.)
    Muy lindo el blog, una dupla interesante y poética, sinérgica diría.
    Cariños,
    Virginia

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