Me habían advertido que no hay brisa en Playa Invierno. Calles de arena, un surtidor abandonado y una canoa bautizada así es mi destino. Atrás se veía un pescador con gorro de paja. Lo sujetaba con la mano como si se fuera a volar. La mujer y yo caminamos en silencio. Cuando llegamos a la casa dejamos el equipaje y abrimos al azar una canilla. Ni una gota. Nos recostamos sobre unas cuchetas que alguien había dispuesto en el cuarto de dormir. Ella me detuvo con firmeza. Tendrás que esperar. Regresé más tarde y encontré sobre la mesa una jarra de agua fría. Algo empezó a soplar desde algún lado. La ventolina emanaba del cuerpo desnudo y no de la costa brava. Permanecí tenso. Pensé: así es mi destino.
L.
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