domingo, 7 de junio de 2009

Mi confederación


Esta es la quinta autobiografía que he escrito en cinco días. Es decir, ha habido una Andrea por día. El sábado era una Andrea despechada, profundamente herida por la pérdida del primer amor. Para ella el evento más importante de su vida fue el primer beso, que llegó tardíamente, hace cinco meses, y su primera borrachera, aún más tardía, que ocurrió hace un mes.
Sin embargo, al leerla, me di cuenta de que una traición no podía convertirse en la historia de mi vida, a menos de que decidiera ensanchar la lista de crímenes pasionales que ya tiene asustadas a las autoridades de mi ciudad: en el último mes se han presentado en Bogotá más de 10 asesinatos por despecho.
El domingo salió a la luz una Andrea pragmática. En ese momento, mi vida estaba definida por los hechos cronológicos que suelen ser comunes a todos. Nací el 30 de mayo de 1983, soy la tercera hija de cuatro que conforman mi núcleo familiar. Estudié Derecho y luego hice una especialización en periodismo. El destino se encargó de juntar ambas profesiones: desde hace dos años trabajo en un periódico para abogados y, ocasionalmente, colaboro con una revista para hombres que tiene el título sugestivo de DONJUAN.
Toco el piano, me encantan la salsa y el jazz, el tango y los boleros. Sé inglés y francés, y un poco de holandés. Mi mayor pasión es la lectura y el mayor capricho un perro labrador.
El efecto lunes tuvo un impacto en la autobiografía de la Andrea pragmática. Cuando llegué a la oficina me encontré con un grave problema: un notario me acusó de haber provocado un intento de secuestro en su contra, por haber hecho un artículo en el que aseguré que los notarios ganaban el doble de lo que ganaba un alcalde.
Al darme cuenta de esa situación, escribí una autobiografía en la que me descargaba en mi contra, por haber sido perezosa y no haber consultado más fuentes; por creer que vivía en Suiza y no en Colombia; por olvidarme que existía una realidad que trasciende las fronteras de mi ciudad natal. Esa Andrea se calificó como una “burguesa que aparenta tener conciencia pero que, en realidad, utilizaba la humildad como forma para esconder su ego”.
La Andrea autocrítica murió para darle paso a la Andrea idealista. En ese momento recordé el día en que descubrí mi destino, luego de cuatro años de frustración como estudiante de Derecho.
Mientras escribía recordaba mis primeros encuentros con el periodismo: aquella ocasión en la que, a pesar de mi timidez extrema, visité los almacenes de alta costura para probarme toda la ropa que pudiera caber en mis caderas prominentes y mi cintura estrecha; la ocasión en la que estuve llamando a un importante empresario durante varios días seguidos, a pesar de la fobia que le tengo al teléfono; aquella vez que pasé una tarde entera conversando con un soldado retirado que había sido espía del partido comunista clandestino.
Al decidir ser periodista y no abogada confronté a mis padres, quienes, preocupados, comenzaron a dudar de mi cordura. Siempre me destaqué por ser una niña disciplinada, juiciosa y poco dada a los riesgos; la más correcta de los cuatro hijos que habían traído al mundo.
Mi conducta, sin embargo, dejaba entrever que el fantasma del inútil de la familia, el cuál había hecho presencia en más de tres generaciones en forma de un bisabuelo boxeador, un tío abuelo cantante de tangos y tío brujo cleptómano, me había elegido a mí como su próxima reencarnación.
Finalmente llegó el miércoles; una nueva Andrea asomó su rostro a través de las palabras que he escrito. Conversando con una amiga recordé un pasaje del libro de Antonio Tabucchi Sostiene Pereira¸ en el que uno de los personajes, un médico siquiatra, habla con el protagonista sobre la teoría de la confederación de las almas:
“Creer que somos “uno” que tiene existencia por sí mismo, desligado de la inconmesurable pluralidad de yoes, representa una ilusión, por lo demás ingenua, de la tradición cristiana de un alma única; el doctor Théodule Ribot y el doctor Pierre Janet ven la personalidad como una confederación de varias almas que se pone bajo el control de un yo hegemónico (…)”
Más adelante, sigue la explicación sobre la teoría defendida por los médecins – philosophes:
Lo que llamamos la norma, o nuestro ser, o la normalidad, es sólo un resultado, no una premisa, y depende del control de un yo hegemónico que se ha impuesto en la confederación de nuestras almas; en el caso en que surja otro yo, más fuerte y más potente, este yo destrona al yo hegemónico y ocupa su lugar, pasando a dirigir la cohorte de almas, mejor dicho, la confederación, y su predominio se mantiene hasta que es destronado a su vez por otro yo hegemónico, sea por un ataque directo, sea por una paciente erosión”.
Me estaba asustando. Cinco almas se han manifestado hegemónicamente en mí en estos últimos días. La enamorada, la pragmática, la autocrítica y la idealista. Hasta que, finalmente, apareció un alma constante, aquella que se refugia en los libros para entender el mundo, la que ha encontrado en las palabras la mejor manera de vivir o, a veces, de evitar la vida.
A.

1 comentario:

  1. Vida y palabra no son opuestos. No evitamos la vida escribiendo sino más bien lo contrario: la sentimos más profundamente. Tu autobiografía es muy buena, Andrea. Luego de leerla me dieron ganas de conocerte.
    S.

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