jueves, 11 de junio de 2009
La Candelaria
Casas con tejas de barro. Olor a café y canela. Si llueve, se formarán algunas quebradas inofensivas. Si está despejado, cobrará vida la promesa de un hermoso atardecer. Al oriente, los cerros: el límite natural de una ciudad que suele tragárselo todo. Al occidente, la civilización ruidosa. El norte y el sur cobran sentido sociológico y geográfico en ese punto en el que alguna vez habitaron virreyes y próceres de la independencia. Ahora son los artistas –reales o imaginarios- y los estudiantes los que caminan por sus calles empedradas. También suelen aparecer mujeres con la intención de aprender a fotografiar lo que ya está suspendido en el tiempo. Ese es el origen de esta imagen.
A.
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Hermosa foto. hermoso texto.
ResponderEliminarpez.
La Candelaria. Cuando la caminé tuve miedo. Era una noche fría en serio y el asma podía despertar en cualquier momento. Por suerte, los platos rotos los pagué una semana después en Cali.
ResponderEliminarLa enfermedad -tan mía como el color de mi piel- no ahogó esas calles empedradas.
Saludos.
Tan pronto me la presentaron me enamoré de su quebradita trasparentosa y ese olor a polvo húmedo, mezclado con el de las aromáticas que las señoras gordas de delantal rojo ofrecen en las esquinas.
ResponderEliminarSu figura larguirucha que se encumbra fatigosamente como sus calles , que son terribles, más por las mañanas de días laborales. Ése afán de la rutina capitalina me contagiaba. Terminaba corriendo al son de las aplanadoras; ávidas por terminar de reconstruír Transmilenio.
Pero ya desde el jueves a la noche hasta el domingo la alcahueta de borrachos solitarios se vestía de gala, y salía toda emperifollada a recibir sus visitantes. Con un traje largo negro y unos aretes amarillentos abría sus manos tan pronto veía que alguien se acerca. Y lo recibía bien, con chicha de arroz o de maíz en botella dos litros de Coca Cola.
Uno llegaba y el aire se condensaba, el tiempo parecía detenerce y recuperar la juventud. El ambiente de casitas hechas de adobe y esa sensación de blanco y negro me haqcían sentir como un personaje más de las fotografías de la casa de mi abuela.
A eso de las diez empezaba a insatisfacerse el sueño y a gozár la nostalgia; acróbatas y cuenteros aparecían como fantasmas vestidos de estudiantes, y el chorro se hacía río, el aire se empezaba a deslizar por la cabeza; y ahí sí era todo diferente a la mañana. Ahí sí vivía la verdadera Candelaria. Juguetona salía a bailar con las estrellas y, al son de los aplausos y los cantos de los grillos, se quita sus zapatos cuadriculados de asfalto y con los pies descalzos levantaba la mirada y festejaba su existencia. !Y se iniciaba la juerga! !Sí señores!
Carlos...