lunes, 13 de mayo de 2013
Cabellera dorada y cubierta de flores
No sé si la soñé o la conocí en el mundo de los hechos reales. Eso no importa demasiado ahora. En el sueño o en el mundo, dos versiones de lo mismo, la niña no tan niña se llamaba Milagros del Pilar, Consuelo o María de las Mercedes. Se me apareció de pronto como una virgen no tan virgen con la cabeza llena de flores de todos los colores y me miró como si yo fuera un espejo o un río que hiciera las veces de espejo. Su rostro, en cambio, se veía en riguroso blanco y negro. La niña no tan niña estaba cubierta apenas con un camisón o una túnica de esas que en ciertas ocasiones utilizan las mujeres. No observé en el cuerpo ni el menor rastro de ropa interior más allá de esa tela parecida al papel de calcar o directamente al aire invisible. Le pregunté a la joven si podía introducir mi mano en su escote y tomar con la palma uno de sus pechos redondos. Todo invitaba a hacerlo ya que dos puntas oscuras transparentaban de manera prepotente en la tela apretada. Milagros del Pilar, Consuelo o María de las Mercedes aceptó y yo ya no sabía si estaba sumido en un sueño o en la llamada realidad real. Introduje entonces la mano en el escote de la niña no tan niña pero una especie de tirante metálico me impidió alcanzar el objetivo. La mano quedó como atrapada en un túnel de agua que no desemboca y todo lo que pude ver, una vez más, fue la cabellera dorada y cubierta de flores de todos los colores.
L.
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