martes, 14 de mayo de 2013
Viajes
Es conocida la actitud de Paul Eluard respecto de los viajes. Se sabe que dio la vuelta al mundo y regresó de su larga aventura sin un solo souvenir de turista en la maleta. Pero asimismo no produjo ni una sola nota de viajes ni un solo poema que se refiriera a las tierras visitadas, o a sus gentes, y ni una sola anotación en el conocido y tan alabado estilo del diario personal. El autor de Chanson complète consideró acaso que la geografía no alteraba su mundo interior, esa atmósfera hecha de unas pocas palabras que misteriosamente no podía dejar de elegir. Grandes viajeros han eludido el registro de sus movimientos y, sobre todo, el color local. Y si alguno lo hizo, desde Colón y Marco Polo hasta Borges y Truman Capote, fue por razones instrumentales o meramente literarias, esto es, usar tal o cual flor de la distancia para fines completamente ajenos al movimiento físico. Se conoce también la actitud despreciativa hacia los traslados que adoptó Fernando Pessoa, quien enmascarado en Bernardo Soares escribió que viajar es el tedio de lo eterno nuevo, es decir, eso que se ve por primera vez sin posibilidad alguna de incorporarlo y digerirlo. Ninguno de ellos, tampoco Pavese, rechazó el viaje en sí mismo. Pero de algún modo supieron todos que la única experiencia válida es la experiencia interior y que por más lejos que se llegue ningún viajero encontrará nada que no lleve en su alma oscura.
L.
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