domingo, 26 de mayo de 2013

Escena


Veo televisión en la cama del cuarto y ella quiere molestar o provocarme y se arroja en posición fetal, pegada a mi cuerpo, fundida casi. De algún modo me obliga a seguir la marcada ondulación de su figura. Las nalgas se apoyan con firmeza en el hueco situado entre el torso y mi entrepierna. El pecho contra la espalda, las piernas igualmente unidas y todo así hasta conformar entre los dos un único animal que de pronto expande miembros y lenguas en un colchón ahora convertido en una misma ola de azufre. En la pantalla están pasando El cazador de cocodrilos, un ciclo ya viejo conducido por un aventurero extraordinario que de tanto provocar a la naturaleza salvaje terminó electrocutado por la cola eficaz de una mantarrraya, también conocida con el nombre de manta gigante. Hasta el momento en que se produjo la escena en la cama habíamos visto al hombre jugando con serpientes fatales, metiendo el brazo en la boca filosa de reptiles temibles, fatigando selvas pobladas de alimañas y montado incluso en una tabla para jugar en el mundo más allá de tiburones y otros dientes peligrosos. Así se dieron las cosas y no hubo tiempo de apagar el televisor. Terminamos los dos convertidos en raros especímenes de esos que raramente confunden veneno con aroma de flores.
L.

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