domingo, 12 de mayo de 2013

La mancha


Hace años, asistiendo a un taller de arte, el maestro intuyó mis miedos de principiante y me dijo que no existe nada más inexpresivo y desalentador que la hoja en blanco. Tenés que calentar el papel, me aconsejó. Y fue así, con trazos balbuceantes, que empecé a hacer los primeros trazos. Una noche creí que la obra estaba terminada. No sé si fue una pincelada accidental, el roce de mi propia mano o un rayón involuntario lo que conspiró para que en un segundo se malograra el trabajo de varios meses. Para mi asombro, cuando desconsolado le mostré al maestro lo que había pasado, él me miró casi maravillado. Aprovechá esa mancha plásticamente -dijo-. Incorporala a tu obra. Debió pasar bastante tiempo para que yo entendiera lo que esas pocas palabras encerraban. Ahora pienso que en la mancha se oculta buena parte del secreto de una vida. No comulgo con los que se dedican a ahorrarnos las fatigas y desgarramientos de la existencia. No predico la abstinencia para combatir los peligros del amor. No quiero ver en mi jardín la rosa pura y casta imaginada por Meilland. Pero aún así, en ciertas  noches, no dejo de soñar con ella.
L.

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