lunes, 14 de octubre de 2013

Dos mujeres turcas


Hablaban un idioma parecido al alemán. Pero no. Luego sabría que hablaban en turco. Una de ellas tenía ojos grandes y una sonrisa liviana. La otra contaba algo en voz muy baja. Esta última, con un leve aunque perturbador escote, levantaba la vista y observaba lo que afuera corría velozmente hacia atrás. Nunca fui a Turquía. Nunca viajé a Ancara o Estambul. La escena ocurría en un tren. Había un río cerca. El vagón estaba lleno de gente cansada y expectante. Como salidas de un baño turco las mujeres eran las únicas pasajeras que no miraban pantallas. Yo era el tercero. Tres sobre un millón o diez mil millones de personas. No puedo siquiera imaginar un lugar llamado Turquía. Apenas retengo el nombre ya olvidado del poeta Nazim Hikmet. El hombre era austero y comunista. Pasó casi toda la vida en la cárcel. Recuerdo un viejo poema suyo. Un verso en realidad. El más hermoso de los mares es aquel que no hemos visto. Eso dice el poema en uno de sus versos. El más hermoso de los mares es aquel que no hemos visto. No conozco a las mujeres turcas. No caminé jamás por las calles de Ancara o Estambul. Pero siento hoy, ahora mismo, el movimiento lento y profundo de los mares. 
L.

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