martes, 1 de octubre de 2013

Luna secreta


Las sacerdotisas romanas eran hermosas porque se bañaban desnudas bajo la  Luna. Kepler, el astrónomo de las fugas y el encanto, sostenía que la vida en nuestro satélite natural es más fértil que en la tierra. Y pensaba que si bien ahí todo es de menor tamaño, al mismo tiempo resulta más equilibrado. Fritz Lang imaginó en 1929 a una mujer que camina sin miedo ni escafandra por una luna dulce y tierna. Por qué negarnos entonces a vivir allá. ¿Será porque fuimos educados en una conciencia extrema de lo real? Pero ahora que la historia terminó, ahora que el mundo se ha transformado en un pequeño infierno, la idea de vivir en la Luna puede ser la salvación que estábamos buscando. Derivar sin prisa por el Mar de la Tranquilidad, beber agua de los volcanes azules o hacer el amor a cualquier hora son sólo algunas de las tareas posibles. Allá no hay penas ni puñales. No hay órdenes que cumplir ni preguntas que responder. Y encima no es preciso llevar nada. Corazón, deseo, alegría y besos es todo lo que hace falta en la Luna para vivir.
L.

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