viernes, 18 de octubre de 2013

Nadie decía nada

Y nadie decía la palabra nadie. Después de aquello se hizo un silencio espeso, y lo más bello se tornó el horror de haber visto lo tan húmedo y secreto, la sombra que asombra, lo que en general se oculta ante la vista obscena de los otros. Y a pesar de la evidencia o la inconsciencia, a pesar de los pelos de abajo y la piel de gallina ensimismada, a pesar del peso y los rezos sin vuelo, nadie decía nada. Y todo se volvió un puro maquillaje, un engaño de ceniza, un disfraz a tono con la escena. Las cabezas giraban al derecho y al revés. Y más de siete cielos velaban el mundo acabado. Y de ese modo se impuso al fin la complicidad con lo malvado, los baldes de agua seca, la pereza que nace y muere de una vida tejida con murmullos, el pie mudo y desnudo, la pasión amortiguada, todo lo que se cae. Y después de aquello no quedaba mucho por decir.
Y qué otra cosa pudo ser si nadie dijo ni decía nada.
L.

No hay comentarios:

Publicar un comentario