lunes, 3 de noviembre de 2014

El nadador


Estoy a seis brazadas de la playa y no llego. Maldición. Tan cerca y no llego. La corriente del golfo me empuja hacia afuera, me anuda y me ata a la espuma con garras de puma. Mientras alzo el brazo armando una curva y apunto con los dedos de la mano hacia abajo, pienso en Paula y sus pies tan largos, su silencio, su estar quieta en el sillón azul. Doy patadas con los pies a solo seis brazadas de la orilla. Junto al sillón estaba el gato y se estiraba en la siesta como si nada le importara. No podía imaginar lo que más tarde pasaría. Paula, el gato, la cuarta alarma. Una vida entera dando vueltas en torno al mismo punto, como ahora, a sólo seis brazadas de la costa y en la bahía de los vientos, esperando que vuelva a salir el arco iris. Todavía no sé si se escribe junto a separado. Todo junto se escribe separado. Era una broma de un amigo de otros tiempos. Arcoiris. Arco iris. Paula semidesnuda bajo la lámpara. ¿Se escribe semidesnuda o casi vestida? El mar no es un amigo en esta hora. La corriente del golfo puede más que todo en la vaga bahía de los vientos. Paula, el gato, el viento, la corriente. Debí decírselo aquel día. Con todas las letras aunque doliera. Debí hablar con ella a calzón quitado. ¿Se dice calzón todavía? El brazo se levanta agotado en la revuelta. Faltan seis brazadas y todavía no aprendí lo principal. La realidad ahora es una sola realidad. Voy a decirlo una vez más porque no creo que me quede un hilo de voz. Estoy a seis brazadas de la playa y no llego.
L.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario