El problema es que se van acabando los interlocutores. No hay casi con quién hablar de lo que debe hablarse razonablemente. Hablar razonablemente sobre algo exige un mínimo de sentido común, un poco de calma y observación mutua, cierta disposición a la atención flotante, conciencia de muerte, vida y belleza. Pero en el mercado se van terminando los interlocutores válidos. Hay de los otros, los que enseguida sacan el revolver, los que amenazan sin saber, los que acusan como si fueran jueces, los que siempre están dispuestos a declarar la tercera guerra mundial. Lo que se busca es tan poco y sin embargo parece el universo. El problema es que no hay ya con quién hablar de lo que debe hablarse razonablemente y desesperadamente.
L.
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