martes, 4 de noviembre de 2014

Se venden palabras

Ya no sé cómo vender la escritura en mis clases particulares o grupales de narrativa. Muchos de mis alumnos, incluidos los que dicen amar la literatura, o quienes la idealizan como si fuera una diosa, no leen ni escriben de manera disciplinada. Admito que la buena escritura es inútil. No se come, no garantiza la felicidad, a veces duele y aún molesta. El mundo se la puede pasar lo más bien sin Rulfo sin Vallejo sin Yourcenar sin Lispector sin Carver. Hay cosas más divertidas. Pero en mis clases me veo obligado a vender lo que enseño y amo. La cosa nada tiene que ver con la cultura general, concepto horrible, sino con algo inexpresable y raro. Cuando me quedo sin argumentos digo que un mail con faltas de ortografía o mal redactado deserotiza. Esto último preocupa con razón a más de uno. Cuando estoy al borde de la desesperación cito a Kafka. La escritura es más pobre pero más clara que la vida. Los argumentos son insuficientes. Pero alguno o alguna, siempre, pisa el palito.
L.

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