Dice Ribeyro que lo primero que conocemos de una mujer es la mano. Cada dedo se va individualizando y después cada uña, cada arruga, cada imperceptible lunar. La mano es luego conocida por los labios. Entonces se añade un sabor, un sudor, una consistencia. Y qué decir del brazo, del hombro, del seno, del muslo y tantas cosas más. Apollinaire habla de las siete puertas del cuerpo femenino. Ribeyro dice que la cifra, entre fisiológica y arbitraria, es intranscendente. El cuerpo de una mujer, al igual que el mar, no tiene puertas.
L.
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