Por ejemplo la palabra todos. Es muy general. Y tras ella se oculta la parte. El bosque de la palabra todo no deja ver la parte de la palabra árbol, el arte de lo singular, lo que es único en su tipo. Por ejemplo las palabras muy y mucho. Son redundantes por donde se las mire. Una mujer no está muy desnuda sino apenas desnuda. No hace mucho frío sino solamente frío. El caballo no está muy cansado sino cansado. El adjetivo contiene en sí mismo todas las opciones. ¿Para qué abusar de los aumentativos? ¿Te amo muy mucho? Absurdo. Te amo. Con semejante declaración, así, tan seca en apariencia, no hace falta más. La palabra mejor da por tierra con otras opciones no comparables. ¿Es mejor Van Gogh que Modigliani? ¿Son mejores los Beatles que los Rolling Stones? ¿Mejor el verano que el invierno? Todos, muy, mucho, mejor, lo más. Habrá que pasar la escoba sobre papeles y pantallas. Limpiar el discurso, agujerearlo, depurarlo, en resumen, decir más con menos. ¿Más que qué? ¿Menos que quién? Y eso para no hablar de expresiones huecas como por cierto, sin embargo, realmente, no obstante, en rigor de verdad, definitivamente, buen finde y saludos cordiales. Qué fastidio. Qué aparatosa y formal formalidad. Habrá que enseñar a hablar y escribir sobre nuevas bases y aplicando, de ser posible, un postulado claro y esencial. Para decir la verdad hay que usar palabras verdaderas.
L.
SI
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