Con la lluvia de anoche, que fue constante, se inundó el comedor entero. En el torrente cayeron mis mejores libros, las fotos de antiguas novias, las cartas que escribió mi padre desde la cárcel, su acta de defunción, una vieja caja de preservativos, las últimas huellas que dejó, no en mi alma pero en el suelo, mi gato Grusswillis muerto en febrero. De pronto una circunstancia ajena nos anuncia no sólo que todos desapareceremos sino que también lo harán los objetos que nos acompañaron en la vida. Una simple lluvia alcanza para comprender la fugacidad de la existencia. Y tanto problema que nos hacemos por tonterías. Y tanto el tiempo que perdemos. Y esto, aquello y lo de más allá. Pero no hay que preocuparse. No es necesario el diluvio universal para que entendamos que estamos de paso. El tiempo corre, vuela y es atroz, y será mejor entregarnos a este día, no aprovecharlo porque nada se aprovecha, simplemente entregarnos en cuerpo y alma como si fuera, sí, el último día.
L.
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