Otra vez tendía la mano hacia una casa del aire, un cometa, algo sin forma ni significado. Otra vez subía la cuesta rocosa, dura, amorosa, deslizante como un cuerpo húmedo y amable, por fin, la lluvia envolvía la Tierra con premoniciones y ella, otra vez, tendía la mano hacia una casa del aire. Ahí no había suelo seguro. Sólo viento helado. Ahí no había ropa ni libros ni esperanzas. Apenas una pocas paredes de tronco y viento, el sueño de la muchacha desnuda, el silencio que anticipa la explosión. No había mucho que hacer más que tender la mano hacia una casa del aire y, sí, esperar lo mejor.
L.
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