La tentación de no creer en nada ni en nadie. No es difícil caer en ella porque todo parece apuntar en esa dirección. El mundo se cae, los malos ganan al final de todas las películas, los buenos resultan sospechosos de estafa reiterada. La tentación de desconfiar está muy alentada por los que saben. El consejo es imbatible. No confiar en nada ni en nadie. Tomar distancia. Encerrarse. Alejarse de la gente tóxica y, de paso, de la no tóxica. Cada chancho a su rancho, dice el lugar común y el público aplaude a rabiar. Debe admitirse que por momentos uno se inclina a adoptar esa filosofía congelada. En la misma línea entrarían también el amor, el futuro, el arte y hasta los sueños en voz alta. ¿Nueva noción de realidad? ¿Inteligencia? ¿Pesimismo convertido en nuevo credo? Nunca se sabe. Hay un lindo poema de Machado donde el autor habla de esa segunda inocencia que da en no creer en nada. Si es inocencia no es conciencia. Y menos aún inteligencia. Habrá que revisar la idea con cuidado. Hasta las moscas confían en las bondades del terrón de azúcar. Y hasta las hormigas trabajan para cambiar el eje de la Tierra.
L.
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