Era tarde anoche y Paula se había quitado la ropa con la actitud indolente que la caracteriza. Yo había hecho lo propio y buscaba un libro en la mesa de luz. Antes habíamos visto noticieros diversos en televisión, habíamos hablado de las perspectivas sombrías que oscurecen el futuro del país y el mundo, habíamos llegado a la conclusión de que nada bueno podíamos esperar. Desnudos ambos, y abrazados, hablamos un poco sobre eso. Paula dijo que estaba triste. Dijo que para qué esforzarse si todo terminará de la peor manera. Después de eso pasaron cosas que suelen pasar entre nosotros y finalmente nos dormimos. Desperté pensando en la palabra todavía. Ainda si se la traduce al portugués. Pensé que esa es la mejor palabra de todas. Que deberíamos dejar de lado los fines últimos de todas las cosas y concentrarnos en el mientras tanto, en el todavía, en el ainda. Y que el solo hecho de quitarnos la ropa en la noche de un domingo para dormir juntos era más importante que todo lo demás. Y que esa era una actitud profundamente política. Nada podemos hacer con los fines últimos, con el porvenir, con el destino y esas cosas. Pero algo podemos hacer, ainda y aún, con la palabra todavía. Es poco. Muy poco. Pero por ser tan poco, justamente, debíamos encararlo con la mayor energía y decisión.
L.
L.
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