sábado, 17 de agosto de 2013

El sexo de la mujer


Qué raro que una mujer no pueda olerse como la huele un hombre. La Maga olía a algas frescas arrancadas al último vaivén del mar. A la ola misma. Ciertos días el olor a alga se mezclaba con una cadencia más espesa. En tal caso yo debía apelar a la perversidad, acercar mis labios a los suyos, tocas con la lengua esa ligera llama rosa que titilaba rodeada de sombra, y, después, le iba apartando despacio los muslos, la tendía un poco de lado y la respiraba interminablemente, sintiendo cómo su mano, sin que yo se lo pidiera, empezaba a desgajarme de mi mismo como la llama empieza a arrancar sus topacios de un papel de diario arrugado. Y todo era sabor y mordedura, jugos esenciales que corrían por la boca, la caída en esa sombra, the primaveral darkness, el cubo de la rueda en sus orígenes. Sí, en el instante de la animalidad más agachada, más cerca de la excreción y sus aparatos indescriptibles, se dibujan ahí las figuras iniciales y finales, ahí en la caverna viscosa de los alivios cotidianos está temblando Aldebarán, saltan los genes y las constelaciones, todo se resume alfa y ometa, coquille,cunt, concha, con, coño, milenio. Argamedón, terramicina, oh callate,no empecés allá arriba tus apariencia despreciables, tus fáciles espejos. Qué silencio tu piel, qué abismosdonde ruedan dados de esmeralda, cínifes y fénices y cráteres. (Foto de Andrew Bondarenko).

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